miércoles, 5 de agosto de 2009

El 28 de junio y la Constitución por Edmundo Orellana

From: manuel A. Cruz

El 28 de junio y la Constitución por Edmundo Orellana

Fuente: La Tribuna.
http://www.latribuna.hn/web2.0/?p=25375#respond

El 28 de junio nos marcará a todos para siempre. Particularmente, a los jóvenes, quienes vivían en un mundo muy propio, de trabajo, de estudio y de diversión, pero sin compromisos políticos. A partir de ese día, no hay joven que no discuta sobre esos hechos y adopte una posición.

A nadie le es indiferente lo que pasó ni sus consecuencias. El país, por consiguiente, está partido en dos: los que justifican los hechos del 28 y quienes los rechazan. El consenso se alcanza únicamente para reconocer que todos perderemos. Angustia, ciertamente, la cuota que corresponderá a cada quien, porque en este tipo de daños nunca se prorratea.
No hay duda que la responsabilidad de lo que pasó el 28 de junio es de quienes tienen la obligación de garantizar el respeto y el ejercicio a la democracia y el cumplimiento de nuestra Constitución.

El Presidente Zelaya Rosales enfrenta acusaciones por las que se le imputan una serie de delitos derivados todos de su accionar con relación a la famosa encuesta de opinión, por la cual se pretendía legitimar un proyecto de ley que oportunamente se remitiría al Congreso Nacional para que éste decidiera o no, si se colocaba una cuarta urna, con la finalidad de preguntarle al pueblo si quería que se convocara una Asamblea Nacional Constituyente durante el siguiente período presidencial, y sobre la cual pendía una sentencia judicial suspendiendo supuestamente su realización.
La Constitución de la República contiene disposiciones en las cuales debe enmarcarse el comportamiento de las autoridades, particularmente en el caso de imputación de delitos. Sin embargo, la supuesta legalidad de las acciones de ese aciago día no resiste el menor análisis al confrontarlos con la Constitución de la República.

Al Presidente de la República lo capturó las Fuerzas Armadas, pero nuestra Constitución manda que las órdenes judiciales sean cumplidas por la Policía Nacional (Art. 293), no por las Fuerzas Armadas, cuyas funciones son de otro orden y mucho más elevadas (Art. 272). Después de su captura, el Presidente no fue conducido a un centro de reclusión legal a pesar de que la Constitución manda que los detenidos o presos lo sean únicamente en los lugares que determina la Ley (Art. 85). El Presidente fue expatriado a Costa Rica y la Constitución prohíbe que los hondureños sean expatriados (Art. 102). El Congreso Nacional decretó la remoción del Presidente, pero la Constitución solamente le atribuye la facultad de aceptar su renuncia o de sustituirlo en caso de falta absoluta (Art. 205, numero 12). El Congreso Nacional fundamenta la remoción del Presidente en la improbación de su conducta como funcionario, sin embargo, la Constitución atribuye al Congreso la facultad de improbar la “conducta administrativa del Poder Ejecutivo” (Art. 205, número 20), no del funcionario. Tal improbación, según el Congreso Nacional, se debe a que el Presidente violó la Constitución, muchas leyes y órdenes judiciales, pero la Constitución solamente faculta al Congreso a improbar la “conducta administrativa” (Art. 205, número 20); la potestad de decidir cuándo se ha violado la ley o una orden judicial, así como la de juzgar tales hechos, está reservada, con carácter exclusivo, por nuestra Carta Magna, al Poder Judicial (Arts. 303 y 304).

Las violaciones a la Constitución no se subsanan con otra violación. La Constitución se defiende sometiéndose a la misma. Su violación se traduce en desconocimiento al Estado de Derecho y vulnera la esencia misma del Derecho. Por consiguiente, un golpe de Estado nunca ha sido ni debe ser la solución a un conflicto político. Con ello, hemos golpeado mortalmente a nuestra democracia, cuyos avances y retrocesos, desde 1982, no le han permitido afirmarse plenamente como valor en la sociedad hondureña.

A pesar de estar herida de muerte, nuestra democracia puede recuperar su salud todavía. Hasta ahora, hemos comprobado, con el “Pastor Poeta”, que “el animal que canta: / el animal que puede llorar y echar raíces/ rememoró sus garras”; evitemos regresar a la fiera y prometamos jamás declarar “hoy el amor es muerte / y el hombre acecha el hombre”.
Para ello, simplemente, debemos seguir el camino hacia la reconciliación. A ésta se llega por el perdón y éste lo obtiene solamente quien admite su culpa.

La solución a esta crisis pasa necesariamente por el “Acuerdo de San José”, avalado unánimemente por la comunidad internacional. En éste únicamente se le pide a los actores de esta tragedia nacional: flexibilidad, ecuanimidad, tolerancia, humildad y rectificación. ¿Será tan difícil acceder a esta petición?

Un viejo adagio dice: errar es de humanos, rectificar es de sabios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario