martes, 4 de agosto de 2009

NO TE METÁS EN HONDURAS

Les envío una nota de una argentina que no haciendo caso al refrán decidió meterse en honduras.
Néstor Fuentes.

NO TE METÁS EN HONDURAS.

Mi tía Leda siempre me decía esto, pero yo nunca le hice caso, de modo que me voy a meter en Honduras por un ratito. No es un tema fácil, lo sé, pero vamos a ver qué sale.

Tengo un amigo hondureño que me hablaba de su pobre patria. Un país chiquito gobernado casi siempre por una élite corrupta con la ayuda de un ejército tan o más corrupto. Un país arrasado por las compañías bananeras, por los políticos conservadores y por la injerencia de los Estados Unidos.
Un país con algunos años de democracia y muchos de dictaduras militares.
Un país devastado por huracanes, como el Mitch, que en 1998 dejó más de 5000 muertos, casi la misma cantidad que dejó la llamada guerra del fútbol con El Salvador en 1969. Un país con una base militar de Estados Unidos donde se adiestraba y financiaba a los contra, o contrarrevolucionarios que participaron en la guerra contra los sandinistas en Guatemala. Un país en el que los jóvenes marginados se organizan en pandillas o maras para delinquir y siembran el espanto.

Hubo una ley anti-pandillas que trataba a los pandilleros como si fueran terroristas. Pero esta ley fue declarada inconstitucional por el gobierno de Manuel Zelaya, el depuesto presidente del partido liberal. Zelaya sostuvo que los altos niveles de violencia en su país eran de origen estructural, asociados a los bajos niveles de educación y empleo y a la pobreza extrema de la población.

A Manuel Zelaya, un hombre rico, blanco, hijo de gente rica, educado en colegio de salesianos, dedicado hace tiempo a la política y presidente de su país desde hace cuatro años, se le ocurrió inclinarse por los pobres.

Aumentó en un 60 por ciento el salario mínimo de los trabajadores, provocando la desazón de compañías como Chiquita Banana, sucesora de la United Fruit Co., con sede en Cincinnati, Ohio, que tiene un tercio de las tierras cultivables en Honduras. Adhirió al ALBA y se hizo amigo de Chávez, quien le dio crédito y petróleo barato.
A Zelaya se le ocurrió ponerse en contra a casi todo su partido sólo cinco no votaron su destitución en el Congreso- y a los militares, y, a juzgar por los discursos, también a la Iglesia católica. Y con todos estos enemigos se quedó a dormir donde siempre, y allí lo fueron a buscar para llevárselo por las malas a Costa Rica. Y se armó la de dios es cristo, y quién sabe lo que va a pasar. La izquierda desconfía de los Estados Unidos, porque la historia autoriza a eso, pese a las declaraciones de buena voluntad de algunas palomas que andan esquivando a los halcones.

Ningún golpe se hizo nunca en América Latina sin que Washington lo supiera previamente. Y Honduras somos todos. Los que tenemos cierta edad sabemos lo que son los golpes militares, con la suspensión de garantías, la censura, las desapariciones de personas. Los dictadores de América Latina como Somoza o Trujillo o Stroessner se eternizaron en el poder y fueron sangrientos y corruptos, dignos antecesores de Pinochet. Los que vivimos en democracia y nos damos cuenta, tenemos que hacer lo posible para que esto no se repita, no hacerles el juego a los que quieren destituir a los presidentes elegidos, aunque no estuviéramos de acuerdo con ellos.
Y seguir el consejo de Cortázar en su Historias de cronopios y de famas: no hay que dejarles un claro para que nos sacudan un picotazo. Difícil tarea, pero nadie dijo que hacer política sea fácil.

Leda Schiavo

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