Oscar Amaya Armijo
En 1853 Willlians Wells pasó por Talanga y al describirla dijo que
los únicos edificios importantes eran la Alcaldía Municipal y la
Iglesia Católica, levantada en honor de San Diego Milagroso.
Precisamente, contiguo a la iglesia, junto a la sacristía y el altar
mayor, en una casa de bajareque, tuve la dicha de nacer. La casa ya
tenía doscientos años de ser construida. Recuerdo, como que si fuera
hoy, que desde allí, desde mi dormitorio, todos los días escuchaba
las misas celebradas en latín por el cura Santos Duròn, franciscano
de pura cepa. Puedo asegurar, entonces, que soy católico, por
nacimiento, pese al Cardenal.
Desde antes que llegara Welles a Talanga, qué tiempos mi familia
cuidaba con esmero la iglesia, limpiándola, retirando del piso la
espelma de los cirios que los feligreses derramaban en el piso de
ladrillos o dejando relucientes las esculturas de los santos para que
lucieran mejor en sus nichos o ayudando a celebrar las misas como
acólitos o sacristanes o ya repicando las campanas para invitar a la
feligresía a cuanto rito se celebrara. Toda mi familia heredó esta
tradición. Cuatro siglos de entrega a la iglesia católica, por esto
es que soy católico, pese al Cardenal.
Es en el seno de mi familia donde adquiero el honroso oficio de
campanero, oficio que soñó aprender Rubén Darío. He sido, pues,
campanero por tradición y herencia. No hubo rito o celebración alguna
donde las manos de mi familia, de mis hermanos pequeños, en las que
no hayan intervenido para congregar a la feligresía talangueña a
ritmo de dobles y repiques. Dejamos el oficio de campaneros en 1969
cuando el hambre nos hizo emigrar a Tegucigalpa. Por ello sigo siendo
católico, pese al Cardenal.
Mi padre, junto con otros talangueños, con manos primorosas y
devotas, ampliaron la iglesia, le construyeron dos torres, y
reformaron la fachada de esa iglesia que cuatrocientos años antes los
españoles habían construidos. Como se puede ver, hemos militando en
la iglesia católica por fe, pese al Cardenal.
Posteriormente, Dios bendijo a mi familia: Nery Ovidio Rodríguez
Arguijo, primo mió por la vía paterna, se ordenó sacerdote y llegó a
ser, gracias a Dios y su inteligencia, oficiante en la Basílica de la
Santa Virgen de Suyapa, Patrona de Honduras. Por ello, también, soy
católico, pese al Cardenal.
Que dicha más maravillosa: Todo cuanto barrio y colonia que nos tocó
mudarnos con mi familia, las únicas casas disponibles para
alquilarlas estaban frente a una iglesia católica. Dios, que es la
verdadera religión, nos perseguía. Es más, mi cuñado, Eulalio
Matamoros, miembro del movimiento de familias católicas encontradas,
compró una casa en el barrio Bella Vista, allí vivieron por mucho
tiempo, junto a mi hermana Antonia y mis sobrinos, luego la
vendieron, y he aquí el milagro: la casa de mi cuñado fue demolida y,
sobre los escombros, construyeron una iglesia católica con el
auspicio de la Iglesia de la Inmaculada Concepción de Comayagüela.
Por esto soy católico, pese al Cardenal.
Mi Hermana, Olga Marina, asumió con devoción el don de la castidad y
la soledad, asiste diariamente, junto a mi madre y el resto de la
familia, a todos los ritos católicos que se celebran en la Iglesia
Católica de la residencial Cerro grande, iglesia que obviamente queda
al frente de la casa donde residen. Mi hermana se dedica a cuidar
niños con discapacidad en una organización católica. Por ello soy
católico, pese al cardenal
A mi Dios me premio con tres cosas: me regaló la vida, me premio con
dos hijos y con algo hermoso, con una ganancia más... me concedió el
don de la poesía, lenguaje sublime que según el filosofo Eduardo
Nikol, es una forma que tiene esta divinidad para comunicarse como
verbo mayor que es, mediante la interpósita voz de un verbo menor.
Soy entonces verbo menor; es decir, poeta por gracia divina. Por eso
soy católico pese al Cardenal.
El día en que supe que el Cardenal Oscar Andrés Rodríguez, fue
ordenado Cardenal y posteriormente propuesto para ocupar el solio
papal, mi espíritu se llenó de dicha y oré por la suerte de él. Me
cubrí de respeto y admiración por sus proezas. Me alegré por que
pensé que estábamos frente a un cardenal que nos conduciría,
sobretodo a los pobres, por nuevos derroteros, tal como lo manda la
teoría social de la iglesia. Pero con el
tiempo, fui notando en el cardenal su lejanía de los pobres, su
inclinación por los ricos. Comenzó a aparecer en la página social, en
los bautismos y concelebraciones, no con los niños de la Colonia
Divino Paraíso, sino que rodeado de los niños sonrojados de Lomas del
Guijarro. Me duele decirlo, pero no ha sido ecuánime con los
hondureños. Pero yo seguiré siendo católico, pese al Cardenal.
Finalmente, el día en que escuché al Cardenal Rodríguez, en cadena
nacional, orando y bendiciendo las acciones de un grupo del poder
dominante, que usurpa las funciones del estado, en detrimento de la
inmensa mayoría de los hondureños, todos pobres en gran medida, sentí
una enorme vergüenza, no sabía donde esconder mi rostro católico,
tatuado de esperanzas, entonces me refugié en la Iglesia de la Virgen
de los Dolores, al norte de Tegucigalpa y, allí, ante la soledad y
Dios, decidí seguir siendo católico, pese al Cardenal. Luego, más
esperanzado y sin temor, regresé a la marcha popular.
martes, 14 de julio de 2009
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