Por: Mario Sanchez
Legalidad, apoyo popular. Ésos son dos conceptos muy venerados por todos, que rara vez se concretizan en realidades en algunas sociedades o países. Especialmente, cuando por legalidad también entendemos legitimidad. Legitimidad es la legalidad basada en la ética social, en el sistema de leyes que se ajusta a lo que la moral que todos aceptamos exige y en el respeto a ese sistema de leyes. Lula en el Brasil posiblemente sea uno de los líderes de gobierno que ha conseguido más que nadie realizarlo en su país. Pero fuera de Brasil, es difícil encontrar la realización de esos dos ideales en ningún otro país del continente.
Es fácil encontrar apoyo popular junto con legalidad cuando la legalidad es más bien leguleyismo (como cuando en Nicaragua, por leguleyismo instaurado a través de un pacto vergonzoso de los dos partidos políticos de la mayoría, se deroga la medida constitucional legítima y refrendada por la ética social y el sentido común de que para no hacer segunda vuelta en las elecciones haya que obtener al menos el 45 por ciento de los votos en la primera vuelta, y terminamos escribiendo en la ley que basta con obtener el 35 por ciento). Por ese leguleyismo, y, por eso, con toda legalidad, pero sin legitimidad, Chávez puede cerrar estaciones de TV y puede confiscar lo que se le antoje para facilitar su gobernabilidad.
Aunque no todo en Chávez es leguleyismo sin legalidad auténtica. Las elecciones y los referéndums que ha ganado han sido auténticamente legales, legítimos, éticos. Eso no puede ponerse en duda, y ha sido lo que lo ha salvado del abismo (destitución). Y en el caso de Chávez, nadie puede negar que goza de un notable apoyo popular. Pero, para ser objetivos, por sus mismos errores (sobre todo, por su no oculta ambición de perpetuarse en el poder), Chávez ha perdido apoyo popular, y actualmente la población de Venezuela se divide casi exactamente en dos mitades.
También en mi opinión, Evo Morales goza de gran apoyo popular y a la vez ejerce con legalidad, y posiblemente con mucho menos leguleyismo que Chávez. Igual opinión tengo de Rafael Correa. Otros gobiernos del subcontinente son muy legales pero no tienen todo el apoyo popular que desearían, como el de Michelet. Pero el que no califica ni por legalidad ni por apoyo popular como gobierno democrático es el de Daniel Ortega. Ortega es el campeón latinoamericano de discrecionalidad e ilegalidad o irrespeto a la ley y a la vez uno de los menos populares de todo el conjunto. Su apoyo nunca ha subido del 38 por ciento, y ahora se arrastra por menos del 30 por ciento. Si Ortega se sostiene, es por el pactismo, por la manipulación y compra de voluntades en la Asamblea Nacional, en el sistema judicial, en el electoral, en la Contraloría, a pesar de sus conculcaciones constantes a la Constitución y las leyes. Es injuzgable, es impune, es intocable, porque sabe capitalizar y manipular admirablemente las taras de nuestra cultura política nacional, donde el clientelismo, el oportunismo y la venalidad tienen carta honrosa de ciudadanía.
¿Y qué decir de Mel Zelaya? Parece que su falta de legalidad empezaba a asemejarse a la de Daniel Ortega, y tampoco parece que haya tenido hasta ahora mucho apoyo popular. Pero, a diferencia de éste, ha carecido del apoyo selectivo de un grupo muy concentrado y elitista, radical, privilegiado financieramente como siempre lo ha tenido Ortega, y que le ha permitido a éste la manipulación política en la cual, realmente, es un maestro. Por eso, Zelaya perdió su primera batalla contra la oposición y fue destituido.
Sin embargo, ha tenido la gran suerte, Zelaya, de que sus enemigos políticos resultaron más ilegales que él, y posiblemente será salvado por el apoyo internacional contra esa ilegalidad y por el bloqueo económico que parece avecinársele al gobierno de facto de Micheletti. Hasta es posible que Zelaya haya hecho sus cálculos y provocado a su oposición para que cayera en las ilegalidades monstruosas en que cayeron cuando lo destituyeron. Y esa diferencia de ilegalidades es la que tal vez vaya a salvarlo.
Salvado por los de fuera, contra la voluntad de muchos de adentro que nunca lo van a tolerar. Aunque, posiblemente, este su período de héroe público le vaya a proporcionar una elevación del apoyo popular. Pero es dudoso saber qué grado de gobernabilidad efectiva va a conseguir de volver al poder. Se podría esperar que iría a estar, hasta el final de su período, en la cuerda floja, a no ser que lograra, a la manera de Ortega, manipular la cultura política de Honduras, que no debe ser muy diferente de la de Nicaragua. Y entonces ya tendríamos dos Ortegas en Centroamérica, lo cual no es muy de desear.
miércoles, 8 de julio de 2009
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