jueves, 23 de julio de 2009

Las Fuerzas del Bien contra las Fuerzas del Mal

From: Alexis Aguilar

Las Fuerzas del Bien contra las Fuerzas del Mal
Por Alexis Aguilar

Suena como el título de una película de la serie de Guerras de las
Galáxias, pero lo que está
sucediendo en Honduras es una batalla de dimensiones históricas entre
dos campos que han
luchado entre sí desde la llegada de los europeos a Latinoamérica. Desde
entonces se
constituyeron los contrincantes. Por un lado estaban los conquistadores
que no sólo
utilizaban sus armamentos superiores sino que la legitimización que les
daba la fe
cristiana para apoderarse de la impresionante riqueza del nuevo mundo.
Los invasores imponían su voluntad con la Santa Trinidad de la espada,
la cruz,
y el oro. Por el otro lado estaban los pueblos indígenas del continente
que no
reconocían ni aceptaban a estos invasores como sus nuevos amos y en ese
momento comenzaron una resistencia férrea. Con los tiempos los dos campos
se han ido transformando pero la lucha es la misma.

Hoy en día, la espada se ha convertido en ejércitos nacionales que con
apoyo
norteamericano no existen para defender soberanías sino para pisotear
dignidades.
La cruz ha cambiado poco pues la iglesia católica todavía evoca imágenes
celestiales
como premio de consuelo por el sufrimiento que con resignación hay que
padecer
aquí en la tierra. Pero en su apoyo a los sistemas injustos de nuestros
pueblos ahora
se le ha unido la iglesia protestante evangélica, dos fes enemigas en
otras partes
pero que en Latinoamérica han encontrado una causa común: la lucha
contra la
emancipación de los pueblos que en el proceso de buscar su libertad
reclaman
justicia en este mundo y no en un cielo fantasioso. Y por último, el oro
lo representan
en estos días no solo los hacendados latifundistas que desde tiempos
coloniales
se han apropiado del principal medio de vida de los pueblos, la tierra,
sino que
una nueva clase (en términos históricos) de empresarios e industrialistas.
Estos por su parte se encuentran aliados con empresas extranjeras con la
cuáles se reparten el botín arrebatado a cada país: la producción agrícola,
los minerales, el gas y el petróleo, los productos marinos, los bosques, y
hasta el mismo cuerpo del pueblo en forma de mano de obra explotada.
Las iglesias y los militares también reciben su pago, unas por funcionar
como estupefacientes que ayudan al pueblo a olvidar su dolor y a resignarse
a su destino, y los otros por servir de perros bulldog para controlar a
los que
no sufren en silencio.

Por su parte, el pueblo ya no sólo consiste de indígenas, sino que de
todos los
grupos marginados por la máquina del poder: campesinos, obreros, mujeres,
maestros, viejos y nuevos grupos étnicos formados por el mestizaje, en
fin el pueblo.
El poder de este pueblo no radica en su capacidad adquisitiva, la cual
es muy poca,
sino que en sus números y en su tenacidad. Por 500 años este pueblo ha
luchado
por expresarse, por independizarse, por hacerse sentir. Lamentablemente,
los poderosos
y sus aliados han ganado la mayoría de las batallas. He ahí que
Latinoamérica sea todavía
una región donde reina la pobreza, la injusticia, y la desigualdad. Pero
la lucha en contra
del oscurantismo y enfrentando a la represión la ha marcado el pueblo al
lado de sus líderes.
Las prueba es sangre regada por la historia: Tupac Amaru, Morazán,
Martí, Sandino, Arbenz,
Che, Allende.

Es así que Honduras se ha convertido en el último campo de batalla en
esta lucha centenaria.
Esperemos que ésta no sea otra batalla pérdida sino parte de una nueva
era que se viene
fraguando en los últimos años donde nuestros pueblos rechazan recetas
impuestas desde
afuera como el neoliberalismo. Las oligarquías y los pueblos de
Latinoamérica tienen la
mirada fija en este nuevo capítulo del enfrentamiento entre dos visiones
del futuro para el
continente. La primera ve una Latinoamérica la cual es un reflejo del
pasado, donde
todo sigue igual pues así lo quiere Dios, que los pobres estén siempre
con nosotros.
La segunda es una visión de esperanza por una Latinoamérica nueva con
una democracia
donde los números importan, donde los pocos no rigen a los muchos sino
que éstos
trazan con libertad y propósito su propio destino. Es por eso que lo que
se está dando
en Honduras no es un solo simbolismo, ni es sólo el problema pasajero de
un pequeño
país empobrecido, sino que ahí se encuentra en juego el resplandor de la
más reciente
llama de esperanza en la lucha entre el bien y el mal.

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