viernes, 17 de julio de 2009

La difícil tarea de mimetizar un golpe de Estado

De: Alex Darío Rivera M.*

Lo ocurrido el día 28 de junio en nuestro país no puede nombrarse de otra manera que no sea golpe de Estado. Un Presidente de la República elegido de manera democrática por su pueblo, es sustraído a la fuerza de su casa de habitación por militares con armas en mano, encapuchados propiciando empellones, amenazando con quitarle la vida si ofrecía oposición y, posteriormente sacado del país por el único “delito” de intentar consultar al pueblo hondureño a favor de construir un proceso de participación más incluyente; eso es en cualquier parte del mundo un golpe de Estado, por mucho maquillaje conceptual, no se le puede adjudicar otro nombre.
Es insolente que los golpistas han negado que esta acción sea un golpe de Estado, es más, según sus propias palabras, en ningún momento se violentó la Constitución de la República de Honduras, que tanto declaraban respetar. Para justificar lo anteriormente enunciado, el gobierno de facto, ha echado mano de cualquier argumento falacioso, entre ello, de politólogos que han argumentado que el golpe de Estado ocurrido en nuestro país ha sido un paradigma Latinoamericano en cuanto “a un pueblo ha sido capaz de generar una sustitución presidencial”, un argumento a todas luces embustero, pues todos sabemos que el golpe de Estado fue efectuado por la oligarquía económica y política que desde hace muchos años han presumido ser los “dueños” de este país; el pueblo, en este proceso ilegal no tuvo nada que ver, por eso ahora, el verdadero pueblo está ejerciendo resistencia en las calles y carreteras, intentando pese al cerco mediático, la represión y la militarización hacer real su voluntad de que su Presidente de la República sea restituido.

Una oligarquía voraz, un ejército servil, una Corte Suprema de (In)Justicia amañada y un Congreso Nacional caracterizado por representar los intereses de los primeros (que muchas veces son los mismos), le han atribuido el golpe o la -mal llamada- “sucesión” a un pueblo que siempre ha estado marginado de la participación política, pero que a partir de este gobierno se habían comenzado a construir las plataformas para propiciar una verdadera participación democrática mediante la aprobación de la Ley de Participación Ciudadana y la consulta que se irrumpió arbitrariamente el día 28 de junio, la cual tenía como propósito fundamental validar popularmente la iniciativa de conformar una Asamblea Constituyente y una nueva Constitución de la República que evidenciara un compromiso más fehaciente con los sectores marginados y excluidos por este sistema capitalista que ha condenado a las mayorías a vivir en la pobreza, la miseria y la indigencia, propuesta que ahora con la traición del Congreso Nacional al pueblo, está más justificada que nunca.

Para mimetizar el golpe de Estado, los golpistas elaboraron una farsante renuncia presidencial, han organizado grupos de choque, se ha ejercido una represión brutal, se ha coartado la libre expresión y la libertad de prensa, esto último, gracias al monopolio de los medios de comunicación, que en pleno golpe transmitían las telenovelas, dibujos animados y la selección nacional de fútbol hondureña se enfrentaba a su similar de Panamá, mientras en las calles, los ciudadanos comunes eran reprimidos violentamente.

Un sector conservador de la Iglesia Católica y las demás congregaciones protestantes, incitaban a sus seguidores a “aceptar la voluntad de Dios” y la “obediencia” a las autoridades de facto, aduciendo que “el Creador se manifestaba a través de ellos”. El llamado -un poco a destiempo- por parte de los conservadores, a una supuesta “reconciliación y dialogo nacional” parecen palabras necias en oídos sordos, en un pueblo fatigoso como consecuencia de la injusticia, la discriminación, el abandono y el despojo, ahora a vislumbrado la posibilidad de dignificar la democracia nacional, pero ante todo, la justicia negada durante cientos de años de historia nacional. El grito de justicia ya no es de un partido político, es la exclamación de un pueblo que se opone, pese a que estamos obligados a gritar sin ser vistos, a pelear sin muertos, porque el martirologio, grita –también- que necesita seres humanos vivos para la lucha.

*Alex Darío Rivera M: Educador, Promotor Cultural santabarbarense, editor de la revista histórica-cultural y de la serie documental de televisión “Raíces”, autor del libro de poesía Introspecciones Extintas. E mail: alexdesantabarbara@yahoo.com

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