jueves, 16 de julio de 2009

Isis Murillo, el martir de Tegucigalpa

De: Marta Zabaleta
Asunto: Isis Murillo, el martir de Tegucigalpa

Fotos: AP
Domingo 12 de julio de 2009

Por Pamela Gutiérrez, enviada especial / La Nación Domingo
OBITUARIO

El mártir de Tegucigalpa
Isis Obed, de 19 años, había salido junto a todos los hombres de su familia a manifestarse en las calles de Tegucigalpa. Apenas llevaba unas monedas en su bolsillo y cinco tortillas para resistir la jornada. Esta es su historia.

El joven Isis Obed Murillo, de 19 años, se había levantado el domingo pasado a las cinco de la mañana, junto a su familia compuesta por sus padres pastores evangélicos y sus 11 hermanos. Poco más tarde desayunó arroz, frijoles, tortillas de maíz y huevos y recibió las recomendaciones de su padre, David Murillo, para ese día. Iban a participar, como había sido toda la semana, en las marchas opositoras al gobierno de facto. La de ese domingo iba a ser la más multitudinaria, porque el depuesto Presidente Manuel Zelaya regresaría a tomar su puesto.

Pese a su juventud, el derrocamiento de Zelaya no le había sido indiferente a Isis. Su padre es militante del Comité de Familiares de Detenidos Desaparecidos de Honduras (Cofade) y, además, pesaba el que hubiera nacido en Santa Cruz de Guayape, ubicada en el departamento de Olancho, de donde proviene el depuesto Mandatario. Hacía tres años que se había mudado a Villeda Morales, localidad ubicada a 12 kilómetros de Tegucigalpa. Dividía su tiempo como trabajador del supermercado La Colonia durante el día, donde ganaba unos $130 mil mensuales, y en la noche estudiaba segundo ciclo en el colegio de la Colonia 21 de Febrero, de Tegucigalpa. No tenía novia. "El era un niño sin vicios y tenía los principios que su padre y su madre le habíamos inculcado y por eso se unió a la resistencia", cuenta dolido el pastor evangélico a LND.

A las 8 de la mañana de ese día fatal, el pastor evangélico y sus hijos Isis, Christian, Josué y Byron salieron de su casa en Villeda Morales. Era un día de invierno, aunque con 28 grados a la sombra. Había mucho sol. Isis iba vestido de jeans azul oscuro, zapatillas y una polera gris. "Antes de salir, nos pusimos de acuerdo para que no nos desperdigáramos en la marcha", comenta el padre. Isis llevaba unos pocos centavos y una "burrita" de cuatro o cinco tortillas con huevos y frijoles. Los varones Murillo se unieron a la marcha. Una decena de soldados los vigilaban atentamente a unas dos cuadras de distancia para prevenir que pasaran por el palacio presidencial. En el camino escucharon los discursos de Carlos H. Reyes, candidato presidencial del Bloque Popular y de otros dirigentes opositores. Ahí también él y los manifestantes repudiaron las palabras del arzobispo de Tegucigalpa, Óscar Rodríguez, quien llamó a Zelaya a no regresar a Honduras "para evitar un baño de sangre".

Llegaron al aeropuerto de Toncontín tras seis horas de caminata. El arribo de los manifestantes sólo fue seguido por radios locales y algunos medios internacionales. La gran mayoría de los corresponsales extranjeros estaba en la casa presidencial, a la espera de una conferencia de prensa del Presidente de facto, Roberto Micheletti.

Ignorantes de lo que pasaba en la casa presidencial, David Murillo comenzó a presenciar los primeros disturbios: "La marcha fue totalmente pacífica, todos íbamos por Mel (Manuel Zelaya) cuando el canal de televisión Televicentro, que está al servicio de los golpistas, empezó a mentir diciendo que los manifestantes provocábamos. Ahí la gente se enfureció y un oficial levantó dos bombas lacrimógenas en la mano y dijo "¡esto los va a correr!" Nosotros le respondimos: "No tenemos miedo, sos nuestro hermano". Pero el militar tiró las granadas. La gente comenzó a correr y a tirarse boca abajo", recuerda el pastor evangélico. Pese al desorden, David Murillo se refugió en su fe a Dios. Así vio "cómo un tirador agarró el fusil con telescopio y empezó a tirar". Tras el disparo y pese al caos, Murillo pudo recoger una vainilla, porque quería demostrar que había sido disparada por un arma del Ejército golpista. Isis estaba a unos 60 metros, pero la multitud le impidió a su padre darse cuenta de que el disparo que oyó a las 15:30 había alcanzado justo a su hijo. Tampoco vio cuando desesperados manifestantes lo tomaron de los brazos y piernas para echarlo arriba de un vehículo rumbo al hospital. La bala había perforado su sien derecha y se desangraba.

Diez minutos después del fatal tiro, el hermano mayor de Isis, Christian, comenzó a llamarlo por celular. No contestó. A las 15:45 finalmente escuchó una voz por el otro lado del teléfono: era una funcionaria de la morgue que comunicaba la muerte de Isis. Tras recibir la noticia, Christian buscó a su padre entre la muchedumbre en el aeropuerto para contarle la tragedia.

Mientras tanto, el Presidente Zelaya anunciaba a través de Telesur que estaba a cinco minutos de aterrizar en Toncontín y las cadenas noticiosas informaban de un muerto en las manifestaciones. Para evitar que los disturbios se agudizaran, el gobierno decretaba toque de queda a las 18:30 horas.

El lunes por la mañana, cuando Tegucigalpa estaba conmocionada por la muerte del joven y el canciller Enrique Órtez aseguraba que ni la policía ni el Ejército tenían responsabilidad en el homicidio, el padre y otros miembros de su familia fueron a buscar el cuerpo de Isis. Lo colocaron en un cajón de madera gris y lo montaron sobre una camioneta pick up de Maya TV. El ataúd fue amarrado con cuerdas y a su lado iban el padre y el resto de su gran familia. No llevaban coronas de flores. Lo llevaban de regreso a Santa Cruz de Guayape, a 140 kilómetros fuera de Tegucigalpa, por caminos de ripio y rodeado de selva y cebúes.
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Marta Raquel Zabaleta D.Phil. Sussex
Honorary Visiting Senior Lecturer
School of Arts and Education
Middlesex University, London, UK

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