martes, 14 de julio de 2009

HONDURAS: ENTRE LA PERPETUIDAD Y EL CAMBIO

Oscar Amaya Armijo

En mi país el tiempo no pasa, no deteriora nada. Todo está intacto,
menos, por supuesto, la naturaleza. Todo está depredado, no queda
nada de lo que fue Honduras. Desaparecieron la floresta y los ríos.
El sur y el centro son un desierto, nadie puede negarlo. El bosque
del sur desapareció porque los gringos se llevaron la madera para
construir el Canal de Panamá. Solo quedaron los cerros pelones, los
valles erosionados y las comunidades sin agua. Al centro del país,
desde hace mucho tiempo, lo depredaron los que hoy auspician la
antidemocracia. Antes, los mismos gringos habían depredado el bosque
para montar, en la costa norte, los rieles por donde pasarían los
trenes de las compañías bananeras, cargados de bananos.

Por lo demás, en mi país el tiempo está detenido, como una lápida de
cemento. En la región de la Mosquitia, una vasta selva tropical, los
habitantes viven en las mismas condiciones de vida que hace siete
siglos. Han vivido, desde siempre, una cultura de la selva. La
mayoría de sus habitantes aún practican la recolección, la cacería y
el trueque. Se vive un aislamiento secular. El silencio es unánime,
aplastante. No existe el trasiego de ideas, salvo en los municipios
que han logrado paliar la exclusión infinita. En realidad, allí, aún
campea el pensamiento mágico, propio de las comunidades primitivas.
Nada ha cambiado allí desde entonces.

Los departamentos o provincias del occidente y centro de Honduras,
son secularmente primitivas. Allí se refugian los restos de lo que
fuera la cultura lenca, son los sobrevivientes de la gran represión
que sobrevino a la derrota que sufrieran los ejércitos del Cacique
Lempira por parte de las huestes españolas. Era la época funesta de
la conquista y posterior colonización. Ellos fueron despojados de los
valles, mediante la encomienda y reducción. Perdieron su lengua
materna, la religión y la comunicación, lo que les privó de mantener
su cultura, a través del recurso identificatorio del leguaje. Viven
al borde de la miseria espiritual y material. De aquí que, los
encomenderos y reduccionistas de ayer, son los ricos terratenientes
de hoy. Desde entonces, las formas precapitalistas de producción se
mantienen intactas, sin cambio alguno. Aún continúan el colonoto, la
medieria y la aparcería como formas de explotación propias del
medioevo. Desde entonces, se expandió aquella miseria hasta hoy.

Cuando a Francisco Morazán se le ocurrió intentar cambiar esa
situación en el siglo XIX, mediante la formulación de reformas en ese
obsoleto aparato productivo, y cambiarlo por formas más avanzadas,
las fuerzas ultra conservadoras de la colonia, ahogaron en sangre y
represión aquel intento, por más de un siglo. Luego el silencio, la
incultura, la incomunicación nos hundió en la oscuridad. Sobrevivimos
al letargo para entrar en otra tragedia: la instauración del enclave
bananero mediante el recurso doloroso y terrible de las guerras
intestinas o montoneras, protagonizado por los partidos liberal y
nacional, con el auspicio de las compañías bananeras, las que se
tomaron como suyas las mejores tierras ubicadas en el litoral
atlántico. Antes habían boicoteado el desarrollo del enclave
cafetalero mediante la imposición del minero. Las reformas impulsadas
por Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa, también se vinieron abajo como
un castillo de barajas.

Las posibilidades de un desarrollo autónomo de la economía murió en
el intento, lo mismo que la configuración de un grupo de poder local
con capacidad para crear, conservar y desarrollar un aparto económico
político y social que nos proporcionara relativa independencia con
respecto a los centro metropolitanos de poder. Estos hechos son otras
razones para asegurar que no nos hemos movido del mismo lugar, la
historia esta allí, repitiendo cíclicamente los mismos
acontecimientos. No reporta cambio alguno la historia.

La estadidad, la inmovilidad, el sentido de perpetuidad y el no
cambio ascienden a su máxima expresión durante la dictadura del
General de cerro Tiburcio Carias Andino, la represión adquiere
ribetes de escándalo. Durante los 16 años de dictadura, no solo se
mantuvieron intactas las formas precapitalistas de producción, sino
que se fortalece el capital norteamericano, a través del enclave
bananero, relegando a la nada el desarrollo económico autónomo del
país. Durante el cariato no se movía una hoja. Fue la época en que se
terminó de forjar un hondureño, hosco, silencioso, temeroso al
cambio, sin arraigo e identidad cultural. Era la época en que uno
decidía por el destierro o por el entierro, binomio mortal que causó
profundas heridas, latentes hoy día

Por supuesto, no se niegan los intentos de cambio en el devenir
histórico. También en la década de los cincuenta hubo intentos de
desempolvar la historia. El poderoso movimiento de los trabajadores
hondureño que culminó en la Gran huelga de 1954, obligó al gobierno
liberal de Ramón Villeda Morales a realizar reformas en el seno de la
sociedad hondureña, pero el intento se vino a bajo cuando los
militares, comandados por el General Oswaldo López Arellano,
perpetraron un sangriento golpe de estado. Se profundiza,
lógicamente, la inmovilidad, el desencanto y la historia vuelve a lo
mismo: a la simple cronología de acontecimientos anodinos e
irrelevantes.

Escasamente se observa un desarrollo en el nivel ideológico. Salvo
algunos sectores de la pequeña burguesía y de los obreros que se
afiliaron tardía y tímidamente a la adquisición de nuevos esquemas
ideológicos para interpretar la realidad, el resto de los hondureños
se mantiene analfabeta, incluso aquellos que por milagro asistieron a
las aulas universitarias. La educación ha sido tan precaria que la
inmensa mayoría le teme a la ilustración y el iluminismo. Aún
campean formas ideológicas propias del esclavismo y la edad media.
Nunca se propuso un ideal de hombre mediante el recurso puntual de la
educación.

En lo político, aquí, por ejemplo, se sataniza el ensayo de formas
políticas propias de la socialdemocracia, no digamos las ideas
avanzadas del socialismo, proscritas en los constructos del hondureño
actual. Aquí se mantienen dos partidos políticos, el nacional y el
liberal, vacíos de ideología, de principios, ni siquiera puede
asegurarse que son correas de transmisión de las ideas dominantes,
por que aquí el bloque de poder dominante es inculto, ultramontano y
desnacionalizado, sin identidad y arraigo.

No obstante, por algunos relativos cambios en la mentalidad de
ciertos hondureños es que surgen, en períodos históricos
determinados, intentos de renovación signados por el rechazo y el
dolor. Por su puesto, se evidencia en los sectores dominantes el
imperativo estratégico de mantener el estado de cosas, así
controlan para su beneficio los niveles económico, político e
ideológico del modo de producción, también precariamente.

En las décadas de los sesenta, setenta y ochenta, se intenta, casi a
regañadientes, por parte de los sectores dominantes, modernizar los
medios fundamentales de producción y se inicia un proceso de
industrialización que logra su punto máximo con la maquilizacion del
país. Obviamente que este proceso se centra en tres departamentos:
Francisco Morazán, Cortes y Atlántida. Pasamos del enclave bananero
al enclave maquilizador. Se moderniza tímidamente el aparato
productivo pero se relegan el desarrollo político e ideológico. Este
proceso ha sido doloroso, en el interregno se produjeron, movimientos
guerrilleros, populares, una guerra con la Republica de El Salvador,
seis golpes de estado, un intento de reformismo burgués, un sistema
de seguridad nacional, impuesta por Estados Unidos, que reprimió a
los hondureños, y un remedo de democracia representativa que se
convirtió en un intento fallido. De allí, de esas escaramuzas, al
silencio y la inanidad apabullantes.

Luego con el desarrollo tecnológico, y sobre todo en las
telecomunicaciones, si bien es cierto ha permitido observar los
avances de otros formaciones sociales y optar por nuevos modelos de
vida, también es verdad que más tres generaciones de hondureños,
pasaron de hombres y mujeres reflexivos a simples observadores,
irreflexivos, cansinos, por obra y gracia de los monitores de
televisión y la red. Hoy somos más hoscos y aislados que ayer.
Adoptamos la cultura del consumo y la indeferencia. Hoy vivimos la
debacle de nuestra identidad y cultura.

En realidad, pese al desarrollo aparente, seguimos en el mismo lugar
de partida, antes de la ilustración y el iluminismo, mientras que en
el concierto de las otras naciones han avanzado años luz en materia
de desarrollo humano, educación, ideología y ensayos políticos. Viven
en consonancia con el espíritu del siglo XXI, no le temen a los
nuevos paradigmas, en ningún orden.

Por ello, cuando en este marco apretado de situaciones coyunturales,
de rezagos culturales e ideológicos, aparece alguien y en este caso,
el presidente Manuel Zelaya Rosales, y plantea tímidas reformas, ni
siquiera cambios en el aparato productivo de carácter privado que
prima entre los hondureños, se organiza un proceso de satanización y
rechazo que culminó con el golpe de estado y la represión,
inadmisible en nuestro tiempo. Cierto sector del bloque de poder ha
arrastrado a otros hondureños a transitar por senderos abandonados
por la historia por retrógrados y antihumanos. De aquí la sorpresa y
la indignación que priva en la comunidad internacional.

Mucha vergüenza se padece ante el resto del planeta, cuando se trata
de explicar que retrocedemos en la historia por temor a consultar, a
cambiar una constitución que, según los trasnochados, es perpetua y
pétrea, como los dogmas religiosos y, por ende, intocable como los
capitales privados de las clases sociales dominantes.

De aquí que da pena, también, que a los hondureños se nos califique
de trogloditas, garrote en mano, de espaldas a la historia y el
desarrollo, afincados a ideas obsoletas y, sobretodo, rechazando
mejores niveles de vida, por culpa de quiénes se volvieron potentados
usufructuando el atraso.

Pero cualquiera que sea la causa de esta encrucijada, la verdad es
que si no fuera por un movimiento de masas de proporciones
incalculables que se opone a la vuelta del canibalismo político e
ideológico, estaríamos viviendo en los propios límites de la
animalidad.

*Escritor, docente universitario de arte y literatura en UNAH y
UPNFM.

Obra Publicada:( Poesía) Esta Patria, este amor (1988), Esperanza
Viva (1995) Perfil del Vacìo (2003). Narrativa: El prodigio de los
príncipes (2008). Lingüística: El español y su metodología II.

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