miércoles, 29 de julio de 2009

¿Hay salida?

From: Oscar Rápalo

¿Hay salida?

Quienes fraguaron y perpetraron el golpe de Estado del 28 de junio —una
fecha que, por cierto, ya quedó grabada en las páginas negras de la
historia de Honduras— nunca imaginaron la hecatombe política que
desencadenarían con esta temeraria acción.

Con la velocidad que ahora adquieren las consecuencias de los hechos
políticos, económicos y sociales, el juzgamiento histórico de estos
acontecimientos no queda para la posteridad, en tanto va sucediendo casi
al mismo tiempo, en virtud de la divulgación inmediata de los eventos y
de los análisis puntuales, mientras “la sangre está fresca”, como se
acostumbra decir.

La sola circunstancia de que el repudio nacional, por un lado, y la
condena internacional, por el otro, no hayan podido ser aislados del
conocimiento general de los hondureños, ha dado en nuestro país un
resultado sorprendente: la estructuración de un movimiento de
resistencia popular al régimen de facto fabricado por un sector de la
élite empresarial hondureña, las fuerzas armadas y sus aliados de la
ultraderecha internacional.

Un movimiento de resistencia que espontáneamente ha ido calando
profundamente en la conciencia colectiva de las clases media, media
baja, baja y desamparada de nuestra población, hasta el punto de
decidirse por los mayores sacrificios, de ser necesario. Esta actitud,
similar en todo el país, se la debemos al golpe militar y a los golpistas.

Este fenómeno lo constamos con el dramático desarrollo de los
acontecimientos del fin de semana en el oriente de nuestro país, con la
afluencia de millares de personas al recibimiento del presidente
expatriado Zelaya Rosales, en el puesto fronterizo
hondureño-nicaragüense de Las Manos, y la cruenta represión de la fuerza
militar, aparentando apoyo secundario a la acción preventiva de la
fuerza policial.

Como lo hemos señalado en anteriores planteamientos editoriales, es
ahora innegable la expresión de un sentimiento pre-revolucionario en la
mayoría de la población hondureña, con suficiente ímpetu para tornarse
en embestida popular, toda vez que el régimen de facto continúe y, en
razón de su propia lógica de sobrevivencia, profundice la aplicación de
su estrategia represiva y de sus tácticas terroristas de guerra sicológica.

Esto quiere decir, asimismo, que el fenómeno de la extrema polarización
de las clases alta, media alta y una parte de la media, versus la
mayoría de la población nucleada en la resistencia nacional, que ha
empezado, incluso, a generar la división en los partidos políticos, no
podría revertirse pacíficamente sino en virtud de una solución política
en base a la restitución del orden constitucional, tal como ha sido
determinado por la OEA, la ONU y, en suma, por la comunidad
internacional que dio lugar al “diálogo” de San José.

De no prosperar la vía política, con pleno respaldo diplomático, la
perspectiva para Honduras y su pueblo es francamente desgarradora, sin
posibilidad de reconciliación. Una situación que no podría superarse ni
aún —como algunos ilusos asumen— a través del proceso electoral en
marcha, definitivamente resquebrajado en su base popular y en su
legitimidad institucional con la irrupción del rompimiento
constitucional y su régimen de facto.

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