From: Manuel Villa Puzo 
El Presidente electo por medio del sufragio, Manuel Zelaya Rosales, hacía 
unos días que no entraba al Palacio de Gobierno, luego de ser secuestrado y 
expulsado del país.
Roberto Michelett Bain caminaba a oscuras por uno de los pasillos de la 
presidencial sin prestarle atención a los soldados que permanecían en 
posición de firme, mientras el solitario dictador miraba sobre el hombro cada 
vez que le parecía escuchar detrás de él los pasos del derrocado Presidente.
No hacía mucho que, con una amplia sonrisa y el corazón saltándole de 
alegría adentro del pecho, presentó a su honorable familia delante de la 
multitud como la primera familia del país. No hacía mucho que juró sobre la 
Constitución y se presentó a sí mismo como el salvador de Honduras, 
ocupando la primera magistratura con el apoyo del General Romeo Vásquez 
Velásquez al frente de las Fuerzas Armadas de Honduras que, como 
siempre, cuando se trata de traición, lanzaron sus valientes soldados y sus 
tanques de guerra contra el pueblo desarmado. 
Ahora, Micheletti Bain caminaba a oscuras sin la compañía de los poderos 
empresarios que siempre estuvieron a su par, caminaba recordando el 
repudio que el mundo entero sentía por él y las consignas proclamadas en 
las calles en su contra, las paredes pintadas con el nombre de sus amigos y 
el suyo, recordaba las palabras de desprecio que venían del pueblo y la 
vergüenza que le ocasionó para siempre a la Perla del Ulúa, a su ciudad 
natal, El Progreso. Todo esto ocurría a su rededor mientras que, a Zelaya 
Rosales (gracias al solitario dictador), el mundo entero lo escuchaba y le 
aplaudía en la casa de las Naciones Unidas. 
La Unión Europea, los Estados Unidos de Norteamérica (con un guiño de 
ojo), Canadá y cada uno de los países de Latinoamérica y del resto del 
mundo, le aplaudía a Zelaya, a regañadientes de la podrida clase media 
hondureña a la que se le hacía agua la boca por hablar en un lugar como ese, 
en el que Zelaya decía que era un simple hombre que cultivaba la tierra y que 
fue expulsado de Honduras por proponer una consulta popular, la cual 
hubiese muerto sola, en silencio, como pasa cada vez que el pueblo quiere 
opinar.
Micheletti Bain golpeó una pared con el puño cerrado y gruñó "Somos un país 
digno, deben respetar la Soberanía de Honduras. El mundo no lo entiende, el 
mundo no sabe cómo se hacen las cosas aquí ¡Comunistas! ¡Ustedes son 
distintos a nosotros!".
Un escalofrío recorrió su espinazo al preguntarse ¿Qué hubiera pasado si 
Zelaya hubiese logrado aterrizar en el aeropuerto Tocontín el día cinco de julio 
del año dos mil nueve? Recordó el avión que sobrevoló Tegucigalpa, mientras 
él, junto a Romeo Vásquez Velásquez, le ordenaba, al ejercito, disparar con 
bala viva a la multitud si uno sólo de los trescientos mil hondureños que 
esperaban a Zelaya con las manos en alto, entraba a la pista.
Caminó dos pasos más y se detuvo enfrente de un espejo. Sólo él podía 
medir la intensidad de los sentimientos encontrados que le provocaba estar 
de pie frente a su propia imagen. Se preguntó qué pasaba con el alto mando 
de la empresa privada, él, Roberto Micheletti Bain, era un gran Diputado, 
incondicional, con tres décadas en el Congreso, él confió en ellos, ¡claro!, por 
eso lo dejaron planificarlo solo, por eso ahora ninguno de ellos estaba a su 
par dando la cara. 
En la actualidad, además de los Generales de las Fuerzas Armadas, sus 
más poderosos aliados públicos se resumían en un periodista llamado 
Rodrigo Wong Arévalo y en otro de nombre Renato Álvarez (el primero, Wong 
Arévalo, era dueño del canal educativo de Honduras, montado con el apoyo 
de varios ex rectores universitarios, con ayuda económica del Estado de 
Honduras y algunos Organismo Internacionales; el segundo de ellos, Renato 
Álvarez, oriundo del avergonzado municipio de El Porvenir, donde los 
paisanos enardecidos rodearon la casa de sus padres en actitud de reclamo, 
era el futuro gerente general de su televisora y próximo candidato a la 
presidencia por un partido tradicional). 
Pero el golpista también tenía a un par de analistas del Noticiero CNN de su 
lado, a un conspirador internacional de apellido Carmona guiado por la CIA y 
a un fallido escritor, hijo del escritor Vargas Llosa, llamado Álvaro Vargas 
Llosa, célebre por un libro que debe ser hermoso considerando la palabra 
"Idiota" que se lee en su portada. 
Esos eran los mayores aliados públicos de Micheletti Bain en ese momento 
y si hubiese tenido un poco de dignidad hubiera permitido que, el susto que 
le provocó la sombra de Zelaya a sus espaldas, le causara un infarto. 
Pero Zelaya no estaba ahí, él lo había imaginado.
Si el infarto hubiera sido real, Monseñor Andrés Rodríguez hubiera propuesto 
canonizarlo al día siguiente, sólo reprochando que el ejército no asesinara a 
más personas el día domingo para tener más muertes sobre las cuales 
culpar a Zelaya, como predijo el Papable y misericordioso guía espiritual de 
los hondureños, con las palabras "Baño de Sangre" para el día cinco de julio, 
cuando miles esperaban al Presidente en el aeropuerto. Si el infarto hubiera 
sido real, un pastor evangélico de nombre Evelio Reyes hubiese profetizado 
frente a cientos de sus corderos vestidos con camisa blanca, que Micheletti 
Bain reinaría a la diestra del Señor Todo Poderoso y que dieran el diezmo 
para construir una estatua en su honor en la Iglesia Vida Abundante.
Los medios de comunicación de las familias Flores Facusse, Canahuati 
Larach, Maduro y Villeda Ferrari, hubieran anunciado con grandes 
encabezados una conspiración que le costó la vida al patriarca defensor de la 
Constitución. En una de las fotografía de los diarios o en las imágenes por la 
televisión, se hubiesen mirado tres nostálgicas siluetas: la de la millonaria 
Diputada Marcia Villeda (a punto de tomar un avión hacia el país menos 
corrupto del mundo), la de Enrique Ortez Colindres (el que dijo que el mundo 
estaba desinformado y que llamó "negrito" al hombre con el ejército más 
poderoso del mundo) y la de Ramón Custodio López (el Comisionado de los 
Derechos Humanos, mismo que le dijo al planeta que el ejército disparó 
balas de goma aunque una ojiva fatal le quitó la vida a Isis Obed Murillo, de 
diecinueve años de edad, impactando en su cabeza a suerte del más experto 
franco tirador, en medio de los cientos de disparos que hirieron a varios, que 
mataron a otros cuyos cuerpos desaparecieron de las morgues, o que se 
desfragmentaron en las paredes cercanas al aeropuerto de Tegucigalpa, esto, 
cuando un grupo de jóvenes gritaba y lanzaba piedras enfrente de la pista). 
En la imagen, los tres defensores de la democracia, seniles y 
desafortunados, estarían al frente de un centenar de Diputados del Congreso 
Nacional, con la mano derecha en alto, entonando las notas del Himno 
Nacional en honor del que dio su vida por la Constitución de la República de 
Honduras, Libre, Soberana e Independiente. 
Así hubieran sido las cosas si el susto de la sombra imaginaria de Zelaya, le 
hubiese ocasionado un infarto, pero el miedo no fue para tanto y la dignidad 
no le bastó. 
En este momento otra silueta oscura se aproximaba por el pasillo, era la de 
su asesor principal, una persona que torturó y desapareció hondureños en 
tiempos de la guerra fría, y que ahora había evolucionado al igual que el 
Estado que le enseñó a asesinar.
"Señor presidente... ¡Roberto! -dijo Billy Joya-, es nueve de julio, va siendo 
hora de salir a Costa Rica a encontrarse con Manuel Zelaya y el Presidente 
Arias".
El país, en suspenso, no sabía que sucedería en ese viaje. Pero lo 
importante no era lo que pasaría en Costa Rica, sino lo que vendría después, 
lo que planificaba la más alta cúpula de la empresa hondureña y 
centroamericana, entre ellos, ex presidentes y los más oscuros personajes 
de la economía transnacional que salían de sus agujeros ahora que el mundo 
y el pueblo rechazaban el Golpe de Estado. Salían para planear la nueva 
forma de tomar el control sobre los recursos del país, los recursos 
imprescindibles para soportar la crisis financiera que se les venía encima -
como al resto del hemisferio- y que diezmaría sus utilidades. Uno de ellos 
bromeó diciendo que si el socialismo fuera un buen negocio, todos se 
ahorrarían problemas. 
Frente a ellos, mientras salían de las tinieblas, estaban los dos nuevos 
candidatos a la presidencia de Honduras, estaban en silencio, escuchando, 
como siempre. 
Mientras tanto, el solitario dictador iba rumbo a su destino, ahora 
inmensamente rico, respaldado en privado por gobiernos canallas y hombres 
de gran poder. Nadie podía decir si todo terminaría ahí, como pasa entre 
políticos; o si uno de ellos aparecería como intransigente en la prensa 
internacional, por no ceder al diálogo o por no venderse a la nación más 
poderosa del mundo; nadie podía adivinar si la orden sería oprimir al pueblo 
con el apoyo de las Fuerzas Armadas, eliminar artistas, obreros, maestros, 
intelectuales, escritores y campesinos, eliminar a todos los enemigos de su 
democracia. 
Iba rumbo a su destino con la única certeza que viviría para recordar la 
vergüenza que le causó a la Nación de los Confines, pero también para 
recordar aquel hermoso día en que presentó a su familia ante la multitud, 
como la familia del Presidente de Honduras.
manuel villa puzo
Escritor y Director de Cine Pobre
El hombre que apunta el ejército contra su propio pueblo, no tiene perdón de 
Dios, debe el pueblo entonces compadecerlo por su ignorancia y por 
abandonar el bien común como medio de salvación.
Miércoles 8 de junio del año 2009.
miércoles, 15 de julio de 2009
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