martes, 28 de julio de 2009

OLLA DE PRESIÓN

Juan Ramón Saravia

OLLA DE PRESIÓN

En Honduras hay dos burguesías: Una criolla y una extranjera. La criolla casi ni es burguesía, pues cuenta con muy pocos miembros de peso económico; y esos pocos han crecido a la sombra de lo extranjero pues casi todos han sido -y varios de ellos siguen siendo- testaferros.

La burguesía extranjera es la que realmente determina los acontecimientos en Honduras: Navega en nuestras aguas con patente de corso; hace y deshace con las leyes nacionales, pone y quita presidentes y decide a qué ritmo debe bailar el Estado. A lo largo de nuestra historia del último siglo, nuestros gobernantes le han extendido un cheque en blanco, le han conferido el sagrado derecho de negarse a pagar impuestos y exigir la condonación de sus deudas. La inmarcesible corona de los dioses adorna su cabeza.

La burguesía extranjera tiene apellidos extranjeros, pero eso no importaría si sus actos fueran nobles, si buscara el bienestar del país y no solamente la ganancia privada. En teoría, una burguesía sana -si es que existe-, debería procurar el mejoramiento del pueblo, porque un país con un buen ingreso per cápita es un buen consumidor, lo cual fortalece la economía, es decir, los ingresos de la burguesía. Simple, ¿no?

Entre otras cosas, Manuel Zelaya intentó mejorar el nivel de ingresos del pueblo. Eso, en buen romance, significaba modernizar las relaciones entre los dueños del dinero y las grandes mayorías; dicho de otro modo, Mel Zelaya quiso humanizar el trato entre los dueños del capital y los que les venden por una miseria la fuerza de trabajo. A Mel Zelaya se le cruzó por la cabeza la peregrina y subversiva idea de concederles a los pobres unas cuantas tortillas y unas cucharadas más de frijoles y arroz. Eso fue una ofensa imperdonable para las dos burguesías que operan en Honduras. (Perdóneseme que no les llame hondureñas, pues su conducta me hace pensar que ambas se sienten extranjeras). Esa ofensa mereció un castigo ejemplar. Castigo que está destinado a servir de espejo en que deben mirarse otros presidentes latinoamericanos que irrespetan a los "verdaderos dueños" de los países.

La gran burguesía, con la ayuda de la burguesía criolla -llamémosle así, por mientras encontramos otro adjetivo-, hizo y hace cada día mil malabarismos para pintar con los colores del diablo todo lo que el Presidente Zelaya hizo y quiso hacer. Con la nauseabunda jerigonza de decenas de analistas (¿?) tarifados que atosigan las televisoras, los diarios escritos y la radio, pretenden untar de mierda la memoria del mejor presidente que ha tenido este país en el siglo XX y en lo que va del XXI. Para entender esto que sostengo se necesitan sin embargo dos requisitos: 1) Respetar las sabias e inexorables leyes de la Historia y 2) tener un poquito de corazón. Pero ustedes, señores del capital, se pasan la Historia por el arco del triunfo y en vez de corazón tienen un signo de dólar. Por mirar sólo hacia el árbol del beneficio personal, dejaron de mirar el bosque del pueblo. Esa es una de las grandes diferencias entre ustedes y Zelaya.

Si yo fuera ustedes, señores millonarios, habría aplaudido desde el primer día las acciones gubernamentales de ese hondureño bienintencionado que haciendo uso de la sensibilidad social quería darle un poquito de respiro a la pobrería, lo cual, si bien lo ven, iba a ahorrarles a ustedes los estragos del estallido de la olla de presión social; más claro aun: Les habría ayudado a preservar su gallina de los huevos de oro. Eso deberían habérselo agradecido con el alma.

Yo, que jamás pertenecí ni deseo pertenecer al Partido Liberal ni al Partido Nacional ni al Partido Innovación y Unidad ni al Partido Demócrata ¿Cristiano?, digo que si tienen ustedes algo de sentido común, deben de arriar sus banderas, dar marcha atrás y darse cuenta de que a este pueblo ya no se le puede dar atole con el dedo ni se le puede arrinconar debajo del catre como a un niño de teta.

San Pedro Sula, 28 de julio de 2009

No hay comentarios:

Publicar un comentario