From:Yadira Waleska Eguigure Borjas
El miedo a una palabra de dos letras
Helen Umaña
El 28 de junio venía de Guatemala con el único y exclusivo propósito de
votar a favor de la cuarta urna. Veía, en ésta, la posibilidad concreta de un
cambio hacia senderos de beneficio colectivo.
Era el camino para modificar, con el consenso de todos los partidos
políticos y de una amplia difusión y discusión (a través de los medios de
comunicación, foros, comentarios, etc.), una Constitución cuyas lagunas
son evidentes. La ciencia dice que nada es estático y que todo lo hecho
por el ser humano es susceptible de perfeccionarse. Manejar que la cuarta
urna lo que pretendía era la reelección de Mel ha sido la distorsión más
grande en la historia política del país. La hipotética Constitución se
redactaría ya cuando Mel hubiese dejado de ser presidente. Su elaboración
estaría, pues, en manos de diputados elegidos por quienes se acercasen a
votar. De ahí que la propuesta de la cuarta urna prendiese, con tanto
entusiasmo, en la voluntad de los sectores históricamente marginados:
campesinos, obreros, grupos étnicos...
Por esa razón, cuando en el bus que me traía de Guatemala me enteré del
golpe de Estado, el impacto emocional fue intenso. En esencia, abortar,
con alevosía, la semilla de lo que pudo ser un encaminar al país por
senderos de equidad y justicia. Darle un golpe de muerte a la posibilidad
de un sueño factible: la construcción de una sociedad en donde, no como
varita mágica sino como proceso de ardua construcción, se empezasen a
solventar las necesidades más urgentes de comida, salud, educación y
vivienda para la mayoría. Mel había dado el primer paso. Impedírselo, con
el golpe de Estado, fue como abrir la puerta para llevar al país a una espiral
de violencia cuyas consecuencias ya se empiezan a sentir: secuestros,
asesinatos políticos y persecución a los disidentes.
Una realidad que ya se ha instalado en el horizonte de la patria. Al amparo
de la nocturnidad y la falta de energía eléctrica, la captura del artista de la
caricatura Allan MacDonald (con todo y su hija de diecisiete meses); los
asesinatos de Isis Obed Murillo (en el aeropuerto de Toncontín) y de Roger
Iván Bados González y Ramón García, miembros del partido Unificación
Democrática (UD) son ominosas señales del abismo hacia el cual
Honduras se encamina. A menos que prevalezca la sensatez (que pasa
necesariamente por el restablecimiento del Estado de derecho), no es
aventurado vaticinar que se está a las puertas de una vorágine social sin
precedentes: la reactivación de la tenebrosa Doctrina de la Seguridad
Nacional y, como lógica respuesta, la adopción de formas de lucha que
llevan consigo incalculables cuotas de dolor y sangre. Una factura que, a la
postre, pagará la sociedad en su conjunto. Al respecto, la historia de la
humanidad es un espejo en el cual los sectores dominantes del país -por
su inveterada miopía- todavía no se han visualizado.
La pesadilla que se repite. El protagonismo de las botas. Las imágenes de
los militares apuntando, en posición de combate, a humildes mujeres, a
jóvenes imberbes y a personas desarmadas son devastadoras. En
Toncontín..., el sonido de las balas. El huir alocado de la gente. El ulular
de la ambulancia. El cuerpo frágil sostenido por manos solidarias... Un
revivir la estela de sangre y terror que han dejado en Latinoamérica los
ejércitos nacionales. Ratificar que el monstruo sigue vivo, agazapado, listo
a dar el salto y el zarpazo cuando los grandes consorcios internacionales y
sus socios nacionales así lo indiquen. Desde siempre, el brazo armado del
poder económico. Y, en niveles de alta graduación, ellos mismos
convertidos en poder económico que actúa en defensa de sus intereses.
El contubernio iglesias-poder político. Es indignante el espectáculo de los
pastores evangélicos y de la alta jerarquía católica encabezando y
bendiciendo las marchas de la oligarquía. Con falaces mensajes bíblicos,
violentando las conciencias para llevarlas a la posición política que les
permitirá seguir medrando a la sombra de sus iglesias, no casas de
oración, sino auténticos emporios económicos. Complementado, todo, con
otro bochornoso espectáculo: en un Estado constitucionalmente laico, los
«honorables» diputados y sus testigos de honor (Custodio, Aguilar Paz,
Leitzelar, Mauricio Villeda, Irma Acosta de Fortín...) agarrándose las
manos e inclinando la cabeza, pronunciando una oración en el momento
mismo en que, enarbolando una falsa carta de renuncia, ratificaban su
traición y consumaban el golpe de Estado.
La guerra mediática. En los meses precedentes al golpe de Estado, la
oposición a Mel Zelaya llegó a niveles jamás vistos. Quizá, en ninguna
parte del mundo, un periodismo como el hondureño. Especialistas en
sesgar y manipular la información. Todos los días mintiendo
flagrantemente. Conductores de programas radiales y televisivos moviendo
la noticia hacia el lugar en donde sopla el dinero. Tergiversando los hechos
para confundir al receptor. Al día siguiente del golpe, desde Radio
América, llamando a encauzar el país por las vías de la «normalidad»:
«Preséntense en las fábricas, en los negocios...»; «Dejémosle la política a
los políticos y que los niños y maestros vuelvan a la escuela, los obreros a
sus fábricas...»; «Aquí no ha habido golpe de Estado...»; «Aquí todo es
normal»; «Es necesario producir...». En otras palabras, producir para
seguir llenando los bolsillos de la minoría... La infamia revestida de amor
patrio.
La ambigüedad e indiferencia de la máxima casa de estudios. Duele el
comunicado gallo- gallina de las autoridades de la Universidad Nacional
Autónoma de Honduras, institución, en horas más lúcidas, a la vanguardia
del pensamiento progresista y democrático. ¿Dónde el análisis de la crisis
social y política? ¿Dónde el comunicado orientador para un pueblo carente
de instituciones que salvaguarden sus intereses? ¿Cómo puede hablarse
de vinculación universidad-sociedad si se evade el compromiso del análisis
y del mensaje clarificador? ¿En qué momento se extravió el rumbo de la
dignidad?
El manipuleo lingüístico. Desde la espuria sesión del domingo cuando se
nombró presidente a Micheletti, éste insistió en que no era un golpe de
Estado y lo llamó «un acto de sucesión presidencial». El lenguaje designa
realidades y, en función social, no es un instrumento de uso antojadizo.
Como se lo hizo ver un corresponsal español, cuando un contingente
armado asalta la casa del presidente; lo secuestra y lo envía, contra su
voluntad, a Costa Rica, eso sólo puede llamarse golpe de Estado. Aquí y
en cualquier parte del mundo. Por más que los medios, los funcionarios y
los diplomáticos desleales, mentirosos y oportunistas repitan las palabras
del usurpador. Es inútil querer tapar el sol con un dedo. La comunidad
internacional y el pueblo, que no es el ignorante que muchos creen, lo
saben.
El papel de comparsa a que se redujo la querida figura de Ramón
Custodio, ¡a quien tanto debo en lo personal!, pero a quien, por respeto a
mi propia conciencia, tengo que referirme ¡al haberlo visto en el más triste
papel de su carrera! ¡Que es mejor que a Mel lo hayan enviado a Costa
Rica ya que, por lo menos, está vivo!, dijo. La cuestión de fondo es el acto
ilegal que con él se cometió. Eso era lo que había que condenar. Nunca,
con su presencia (es el Comisionado Nacional de Derechos Humanos),
avalar la monstruosidad jurídica perpetrada contra unpresidente
legítimamente electo. Y, como broche de oro: afirmar que eran balas de
goma las que usó el ejército la tarde en que, violando la Constitución,
vedaron el aterrizaje de Mel en Toncontín. De goma, pero acabaron con la
vida de un joven de diecinueve años. (¡Con una humilde «burrita» aguantó
las largas horas de espera con un único propósito: vitorear al presidente en
el cual había cifrado la esperanza de un mañana mejor! Su pequeña pero
gran odisea desde su remoto pueblo y las palabras de su digno padre
explicando sus móviles son signos entrañables que hablan de ilusión en un
futuro más humano y más digno..., pero también de sueños rotos por la
brutalidad represiva...).
En un pueblo hambriento (hace pocos días una campesina, como no había
dinero para comprar maíz, para fabricar tortillas, echó mano del que ya
estaba «curado» para la siembra; resultado: tres hijos en el hospital y el de
cinco años, en el cementerio), en donde el abismo entre ricos y pobres
cada vez se hace más profundo y que, por lo mismo, no es cuestión de
borrarlo con abrazos de paz y de reconciliación de la «familia hondureña»,
según cantan los defensores del golpe, la cuarta urna era una opción para
intentar cambios positivos. Nunca, al pueblo llano (ese que es marginal y
vive en los bordos y en los barrancos de la miseria), se le había dado la
oportunidad real de expresar su sentir. Y, con el «Sí», la posibilidad de
mejorar un instrumento (una nueva Constitución) que guiase la vida futura
de la nación. Lo reiteramos: todo es susceptible de perfeccionarse. Máxime
tratándose de la Carta Magna en donde las cuestiones son trascendentales
en la cotidiana construcción de la república. Pero los sectores de poder
(especialmente la clase política enquistada en el Congreso y que ha
esquilmado el erario a través de las grandes erogaciones que se les
otorgan a los diputados, supuestamente para obras de beneficio en sus
comunidades) le temieron a la avalancha de un «Sí» popular. Sospecharon
-con razón- que podía representar el fin de sus incalculables dividendos.
El golpe de Estado fue su manera torpe y desesperada de oponerse a la
incontenible marea humana que cada vez es más consciente de sus
verdaderos intereses y de la mejor forma de defenderlos. Para muestra,
una consecuencia inmediata: en un santiamén se hizo añicos la base
social de los partidos políticos responsables de la acción delictiva.
Estamos, pues, frente a estatuas con pies de barro. Su desmesurada
reacción ante la crucial pregunta de la encuesta abortada revela su
debilidad. Son poderosos y se amparan en las múltiples redes nacionales e
internacionales que propicia el dinero..., pero le temen al pueblo. Saben
que éste es mayoría y que, en justa lid, ellos llevan las de perder. Esa es
una de las grandes lecciones que, de estos días trágicos, se debe extraer.
Aunque lenta, la rueda de la historia nunca se detiene.
Desde hace treinta años, sólo he escrito sobre arte y literatura. Pero la
ruptura del orden constitucional y el descaro con que actuaron Micheletti y
sus socios golpistas me sacaron de la voluntaria torre de marfil. Las
alucinantes imágenes de esa sesión grotesca en que se le dio un golpe de
muerte a la débil democracia hondureña me han confirmado que el artista y
el intelectual no pueden esconderse en una pretendida neutralidad.
Tratándose del bienestar colectivo no hay apoliticidad que valga. El silencio
equivale a aquiescencia y complicidad. Por lo tanto, tomo partido. En los
momentos decisivos -cuando está en juego el devenir de los años futuros
en Latinoamérica- a lo estético, se sobrepone la opción ética. Y ésta me
dice, con claridad meridiana, de qué lado están la razón y la justicia.
Mis palabras no pretenden formular un análisis de la situación (para eso
están los sociólogos y politólogos). Pero externar mis sentimientos es una
necesidad vital y perentoria. Por un lado, un profundo dolor por el cúmulo
de signos negativos que saturan el ambiente. Por el otro, la esperanzada
convicción de que los sectores marginados, aún con tropiezos y
dificultades, siempre encuentran la ruta hacia mejores derroteros. Nunca
camina en reversa la rueda de la historia.
lunes, 20 de julio de 2009
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