viernes, 10 de julio de 2009

Cinco dificultades para decir la verdad - Bertolt Brecht.

8. From Tito Ochoa C.:

El que quiera luchar hoy contra la mentira y la ignorancia y escribir
la verdad tendrá que vencer por lo menos cinco dificultades. Tendrá
que tener el valor de escribir la verdad aunque se la desfigure por
doquier; la inteligencia necesaria para descubrirla; el arte de
hacerla manejable como un arma; el discernimiento indispensable para
difundirla.

Tales dificultades son enormes para los que escriben bajo el
fascismo, pero también para los exiliados y los expulsados, y para
los que viven en las democracias burguesas.

I. El valor de escribir la verdad
Para mucha gente es evidente que el escritor debe escribir la verdad;
es decir, no debe rechazarla ni ocultarla, ni deformarla. No debe
doblegarse ante los poderosos; no debe engañar a los débiles. Pero es
difícil resistir a los poderosos y muy provechoso engañar a los
débiles. Incurrir en la desgracia ante los poderosos equivale a la
renuncia, y renunciar al trabajo es renunciar al salario. Renunciar a
la gloria de los poderosos significa frecuentemente renunciar a la
gloria en general. Para todo ello se necesita mucho valor.
Cuando impera la represión más feroz gusta hablar de cosas grandes y
nobles. Es entonces cuando se necesita valor para hablar de las cosas
pequeñas y vulgares, como la alimentación y la vivienda de los
obreros. Por doquier aparece la consigna: «No hay pasión más noble
que el amor al sacrificio».

II.La inteligencia necesaria para descubrir la verdad
Tampoco es fácil descubrir la verdad. Por lo menos la que. Así, según
opinión general, los grandes Estados caen uno tras otro en la
barbarie extrema. Y una guerra intestina que se desarrolla
implacablemente puede degenerar en cualquier momento en un conflicto
generalizado que convertiría nuestro continente en un montón de
ruinas. Evidentemente, se trata de verdades. No se puede negar que
llueve hacia abajo: numerosos poetas escriben verdades de este
género. Son como el pintor que cubría de frescos las paredes de un
barco que se estaba hundiendo. El haber resuelto nuestra primera
dificultad les procura una cierta dificultad de conciencia. Es cierto
que no se dejan engañar por los poderosos, pero ¿escuchan los gritos
de los torturados? No; pintan imágenes. Esta actitud absurda les sume
en un profundo desconcierto, del que no dejan de sacar provecho; en
su lugar otros buscarían las causas

III. El arte de hacer la verdad manejable como arma
La verdad debe decirse pensando en sus consecuencias sobre la
conducta de los que la reciben.
Hay verdades sin consecuencias prácticas. Por ejemplo, esa opinión
tan extendida sobre la barbarie: el fascismo sería debido a una
oleada de barbarie que se ha abatido sobre varios países, como una
plaga natural..

Entonces, ¿de qué sirve decir la verdad sobre el fascismo que se
condena si no se dice nada contra el capitalismo que lo origina? Una
verdad de este género no reporta ninguna utilidad práctica.
Estar contra el fascismo sin estar contra el capitalismo, rebelarse
contra la barbarie que nace de la barbarie, equivale a reclamar una
parte del ternero y oponerse a sacrificarlo.
Los demócratas burgueses condenan con énfasis los métodos bárbaros de
sus vecinos, y sus acusaciones impresionan tanto a sus auditorios que
éstos olvidan que tales métodos se practican también en sus propios
países.

Ciertos países logran todavía conservar sus formas de propiedad
gracias a medios menos violentos que otros. Sin embargo, los
monopolios capitalistas originan por doquier condiciones bárbaras en
las fábricas, en las minas y en los campos. Pero mientras que las
democracias burguesas garantizan a los capitalistas, sin recurso a la
violencia, la posesión de los medios de producción, la barbarie se
reconoce en que los monopolios sólo pueden ser defendidos por la
violencia declarada.

. Sus discursos tienden a la destrucción de un país, de un país
entero con todos sus habitantes, pues los gases asfixiantes no
perdonan a los inocentes.
Los que ignoran la verdad se expresan de un modo superficial, general
e impreciso.

: los hombres. Vivimos una época en que el destino del hombre es el
hombre.

IV. Cómo saber a quién confiar la verdad
Sobre esto se ha dicho ya muchas cosas, pero no las suficientes.
Transformar la «acción de escribir a alguien» en «acto de escribir»
es algo que me parece grave y nocivo. La verdad no puede ser
simplemente escrita; hay que escribirla a alguien. A alguien que sepa
utilizarla. Los escritores y los lectores descubren la verdad juntos.
Para ser revelado, el bien sólo necesita ser bien escuchado, pero la
verdad debe ser dicha con astucia y comprendida del mismo modo. Para
nosotros, escritores, es importante saber a quién la decimos y quién
nos la dice; a los que viven en condiciones intolerables debemos
decirles la verdad sobre esas condiciones, y esa verdad debe venirnos
de ellos. No nos dirijamos solamente a las gentes de un solo sector:
hay otros que evolucionan y se hacen susceptibles de entendernos.
Hasta los verdugos son accesibles, con tal que comiencen a temer por
sus vidas.

La verdad tiene un tono. Nuestro deber es encontrarlo. Ordinariamente
se adopta un tono suave y dolorido: «yo soy incapaz de hacer daño a
una mosca». Esto tiene la virtud de hundir en la miseria a quien lo
escucha. No trataremos como enemigos a quienes emplean este tono,
pero no podrán ser nuestros compañeros de lucha. La verdad es de
naturaleza guerrera, y no sólo es enemiga de la mentira, sino de los
embusteros.

V. Proceder con astucia para difundir la verdad
Orgullosos de su valor para escribir la verdad, contentos de haberla
descubierto, cansados sin duda de los esfuerzos que supone el hacerla
operante, algunos esperan impacientes que sus lectores la disciernan.
De ahí que les parezca vano proceder con astucia para difundir la
verdad.

Orgullosos de su valor para escribir la verdad, contentos de haberla
descubierto, cansados sin duda de los esfuerzos que supone el hacerla
operante, algunos esperan impacientes que sus lectores la disciernan.
De ahí que les parezca vano proceder con astucia para difundir la
verdad.

En efecto, los gobernantes al servicio de los explotadores consideran
el pensamiento como algo despreciable. Para ellos lo que es útil para
los pobres es pobre. La obsesión que estos últimos tienen por comer,
por satisfacer su hambre, es baja. Es bajo menospreciar los honores
militares cuando se goza de este favor inestimable: batirse por un
país cuando se muere de hambre. Es bajo dudar de un jefe que os
conduce a la desgracia. El horror al trabajo que no alimenta al que
lo efectúa es asimismo una cosa baja, y baja también la protesta
contra la locura que se impone y la indiferencia por una familia que
no aporta nada. Se suele tratar a los hambrientos como gentes voraces
y sin ideal, de cobardes a los que no tienen confianza en sus
opresores, de derrotistas a los que no creen en la fuerza, de vagos a
los que pretenden ser pagados por trabajar, etc. Bajo semejante
régimen, pensar es una actividad sospechosa y desacreditada. ¿Dónde
ir para aprender a pensar? A todos los lugares donde impera la
represión.

Sin embargo, el pensamiento triunfa todavía en ciertos dominios en
que resulta indispensable para la dictadura.

En resumen: importa emplear la astucia para difundir la verdad.

Conclusión

La gran verdad de nuestra época -conocerla no es todo, pero ignorarla
equivale a impedir el descubrimiento de cualquier otra verdad
importante- es ésta: nuestro continente se hunde en la barbarie
porque la propiedad privada de los medios de producción se mantiene
por la violencia. ¿De qué sirve escribir valientemente que nos
hundimos en la barbarie si no se dice claramente por qué? Los que
torturan lo hacen por conservar la propiedad privada de los medios de
producción.

Ciertamente, esta afirmación nos hará perder muchos amigos: todos los
que, estigmatizando la tortura, creen que no es indispensable para el
mantenimiento de las formas actuales de propiedad.
Digamos la verdad sobre las condiciones bárbaras que reinan en
nuestro país; así será posible suprimirlas, es decir, cambiar las
actuales relaciones de producción. Digámoslo a los que sufren del
statu quo y que, por consiguiente, tienen más interés en que se
modifique: a los trabajadores, a los aliados posibles de la clase
obrera, a los que colaboran en este estado de cosas sin poseer los
medios de producción.

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