viernes, 17 de julio de 2009

Aniversario de la guerra y de la incapacidad de los militares para defender a Honduras

From:   Victor Manuel Ramos

Aniversario de la guerra y de la incapacidad de los militares para defender a Honduras.

Militares de papel
Leucipo Martínez

Siendo adolescente, alumno de magisterio del entonces Instituto Departamental de Occidente, en La Esperanza, viví la terrible experiencia del golpe de Estado en contra del régimen constitucional de Ramón Villeda Morales. El ruido de la fusilería y las ametralladoras nos despertaron muy temprano, pero como realmente no teníamos noticias y no estábamos enterados de lo que sucedía, mi hermano y yo salimos a la calle a ver que pasaba. Desde la acera de mi casa vi como a dos cuadras, Percy Ramírez salía de su casa, a esa temprana hora, para ir a los baños públicos a darse una ducha. No había terminado de cruzar la calle cuando una bala, disparada desde el torreón del cuartel le atravesó el pie y tuvo que regresar apresuradamente, cojeando, a su casa. Posteriormente, muchachos curiosos y poco conscientes del peligro, fuimos hasta la Plaza de Armas, en donde se ubicaba la Guardia Civil. Allí vimos los cadáveres de varios indios que prestaban su servicio como policías. Habían sido asesinados cobardemente porque, unos días atrás los habían desarmado. Los militares daban su primer ejemplo de traición a la patria.

Posteriormente Llegaron los nuevos Jefes militares, sobre todo el Coronel Martínez, quien, junto con su hijo Godofredo, se dedicó a implantar el terror y a perseguir a toda persona que mostrara algún asomo de oposición. Estaba, en coronel, saturado de anticomunismo. Yo, que en aquellos andurriales perdidos de la geografía patria no había oído hablar de comunismo, me convertí en blanco de acoso por parte del militar porque, gracias a unos periódicos españoles y franquistas que me enviaba un amigo desde Tegucigalpa, hablaba de la reforma agraria y de la necesidad de dar justicia a los indios sumergidos en el atraso y la miseria.

Posteriormente fui a trabajar a La Lima, como maestro en la Escuela de la United Fruit Co. Ahí conocí a Herminio Deras y a otros dirigentes comunistas. La empresa privada del Norte estaba enfrentada con el régimen golpista y presentó tenaz resistencia al nuevo impuesto sobre ventas implantado por el régimen. En unidad con los sindicatos decretaron la huelga general que fue tremendamente reprimida por los militares con garrotazos, asesinatos y expatriaciones. En esa ocasión, Herminio, otros compañeros que no recuerdo su nombre, burlando la vigilancia militar, sacamos el mimeógrafo del Instituto Patria para hacer volantes en contra de la represión militar. Se producía otro acto de traición de los militares al pueblo. Los hondureños habían venido amasando un odio pertinaz contra los militares, a quienes se les identificaba despectivamente como chafas y cririzos.[1]

Posteriormente, y ya en la Universidad, se produjo la guerra con El Salvador, la guerra del futbol. Los militares salvadoreños, con el apoyo del gobierno norteamericano, atacaron a Honduras. Entraron como Juan por su casa porque los militares, esos hombrecillos que se habían envalentonado contra la ciudadanía a la que apaleaban, perseguían y hasta asesinaban, fueron incapaces de defender la soberanía nacional. En los cuarteles había enlistados, para dar un ejemplo, cien soldados, pero solo existían diez, porque la paga de los restantes se la embolsaba el comandante. Los invasores hicieron pillerías en los pueblos fronterizos de Ocotepeque, Lempira y Valle, frente a la incapacidad de nuestros soldados. Robaron gallinas, cerdos, ganado y caballos. Se alzaron con los muebles y hasta con las campanas de las iglesias. Saquearon casas y humildes pulperías, mataron jóvenes y viejos y violaron a las mujeres. Los militares hondureños fueron incapaces de defender la dignidad de Honduras y los invasores fueron detenidos en su avance invasor por la OEA y la misma OEA logró que abandonaran el país dejando una estela de despojo y atrocidad. Algunos militares han querido desfigurar la verdad y se han fabricado héroes de mentirijillas.[2]

Fue entonces cuando el pueblo se enteró que nuestro ejército era un ejército de papel: machos para garrotear al pueblo, pero cobardes e incapaces para defender la soberanía nacional. Y surgió, entre el pueblo, una nueva conciencia que fue arrinconando a los militares hasta que por fin se vieron obligados a abandonar el poder, después de haber saqueado a Honduras. Claro que solo a medias porque seguían amparados en el precepto constitucional, puesto ahí, en la Carta Magna por presión de ellos, en contra de las aspiraciones del pueblo, que les otorgaba autonomía, de tal suerte que eran el verdadero poder tras el trono.

Así llegamos a los regímenes, dizque democráticos, iniciados con el Presidente Suazo Córdova, que tras de sí tenía al sanguinario Gustavo Álvarez Martínez, nombrado Jefe de las Fuerzas Armadas por el Congreso rodeado de tanquetas y de militares, en un acto de intimidación de los militares al poder civil. Con el antecedente del asalto al Sindicato de la Estándar, como credencial, Álvarez Martínez se obsesiona por derrocar al gobierno sandinista y convierte al país en un país alquilado a las fuerzas de la CIA y la contrarrevolución, al mismo tiempo que persigue a los hondureños, los desaparece, los tortura y los asesina.  Los militares estaban de nuevo en su salsa, asesinado al pueblo. No pueden borrarse dela memoria los nombres de los asesinos: Gustavo Álvarez Martínez, Leónidas Torres Arias, Billy Joya, Alexander Hernández y muchos otros más. Afortunadamente, cuando Álvarez Martínez se aprestaba a dar un golpe de terror contra Honduras fue desfenestrado, posteriormente asesinado por sus compinches, temerosos de que les denunciara.

Fue el Presidente Carlos Roberto Reina quien logra someter a los militares al mando civil y desmantela el servicio militar obligatorios, pero los militares siguen añorando sus viejos tiempo de dueños absolutos del país y han vuelto a las andadas mediante el golpe de Estado en contra del Presidente Constitucional José Manuel Zelaya Rosales, atropellando la voluntad soberana delos hondureños.

¿Qué respuesta hay para esta grave dolencia del pueblo hondureño que tiene un cáncer con sus Fuerzas Armadas? Simplemente borrarlas del panorama nacional, porque, como dice el dicho, muerto el perro se acaba la rabia. Lo que necesitamos es una policía fuerte, honesta, respetuosa de los hondureños y todos los habitantes de este país, y un gobierno que, una vez por todas, se entere de que hay amplias capas de la hondureñidad que están al margen de la patria. Los militares solo han demostrado incapacidad, traición, cobardía, incapacidad para defender al país y gran arrogancia para apalear a los hondureños, Entonces ¿qué? Este día, un aniversario más de la guerra de futbol, es propicio para meditar sobre este asunto trascendental.

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