Jorge Luis Oviedo
En 1963, poco antes de cumplir 5 años, el 3 de octubre, en horas tempranas de la tarde irrumpieron, en dos camiones del ejército, medio centenar de soldados en la pequeña plaza de La Libertad Comayagua, mi pueblo natal, haciendo disparos con sus carabinas, cuyo plomo, los niños, recogimos después de las paredes de la iglesia católica, de la casa cural, de la casa de las monjas, de la alcaldía del municipio y de algunas casas vecinas, incluida la de mi padre, que hacía esquina con la pequeña plaza central de menos de una manzana.
Aquellas imágenes han vuelto a mi memoria, la única diferencia es que aquel día, junto con mi hermano mayor, jugábamos, en la acera de mi casa, de indios y vaqueros, con unas figuritas plásticas que salían en bolsas de diminutos confites (terrones de azúcar de colores) y que, impulsado por la curiosidad, abandonamos el sitio de juego, al escuchar las primeras descargas hechas a las paredes de los edificios ya mencionados, y corrimos a ver a los soldados de verdad, unos de los cuales nos gritó: “chitos”, váyanse de aquí”.
Segundos después viajábamos suspendidos, a veces rozando con la suela de nuestros zapatos, el empedrado de la calle: había sido mi madre que, instintivamente salió a ver y nos descubrió, a mi hermano y a mí, presenciando aquella escena que hoy ha vuelto a aparecer, cuando se reprimía a algunos miles de personas que se mantenía en las cercanías de Casa Presidencial quemando neumáticos o llantas como decimos en Honduras.
Los que hace unas pocas horas se quejaban de que en Honduras, si se hacía una encuesta de opinión para solicitar la instalación de una cuarta urna el día de las elecciones generales, previstas para el 29 de noviembre de este año, con el propósito de convocar a una Asamblea Constituyente que redacte una nueva Constitución Política para el país, han hecho en lo que va del golpe propinado en la madrugada del domingo 28 de junio, lo que vaticinaban se haría en los gobiernos que surgiesen bajo una nueva constitución: reprimir a la población, perseguir y desaparecer periodistas, cerrar canales de televisión u obligarlos a cambiar su programación y, por supuesto, intimidar a la población civil con su despliegue de fuerza bruta.
Aunque el país entrase en los próximos días a una situación de calma, ésta no será más que el producto del temor y la prudencia de la mayor parte de la población, pero no porque se acepte voluntariamente a las autoridades usurpadoras.
Desafortunadamente en Honduras los partidos políticos no son instituciones verdaderamente representativas de la sociedad, sino instrumentos al servicio de las élites de poder económico, quienes han venido manejando el país a su antojo desde hace unas cuatro décadas. Basta revisar los apellidos de los principales actores políticos del país, estos se repiten, como en las antiguas monarquías, solamente que no se colocan el primero, segundo, tercero, etc. ; hay cerca de una decena de casos en que el abuelo, hace cincuenta años, el padre, hace una década, o incluso hoy, y los hijos, en este momento, son los diputados, alcaldes de las principales corporaciones municipales o bien ministros, embajadores o gerentes de entidades autónomas; o en otras ocasiones integrantes de comisiones especiales para hacer arreglos que postergan los problemas.
Junto o detrás de estas familias, que parecen formar parte del inventario fiscal de la Nación, están unas 10 familias que controlan más del 80% de los medios de comunicación masiva (radio, televisión, periódicos), quienes han hecho del hondureño promedio el ser más desarraigada del planeta, al grado de haberle dado al patriotismo hondureño la forma de un balón de fútbol.
Esas mismas familias son las dueñas de las dos compañías de telefonía móvil que primero se los otorgó permiso de operación en el país, a través de concesiones muy particulares; son también las que le venden al Estado Hondureño más de 400 mega wat por hora a un precio mayor del que el Estado lo vende y con el que se subsidia, en la práctica, la energía eléctrica de las maquilas, cuyos parques industriales son propiedad de estas pocas familias.
Honduras fue en las décadas del 60 y el 70 una hacienda de los militares, hoy es un Estado secuestrado por unas pocas familias que tienen a su servicio 4 partidos políticos, las Fuerzas Armadas, varias iglesias evangélicas, la mayor parte de los obispos católicos, a quienes les ubican familiares en el servicio exterior en instituciones gubernamentales.
Estas mismas familias obligaron al Estado hace unos 20 años a cerrar sus laboratorios de producción de medicamentos genéricos básicos, para controlar ellos las copras de medicinas que hacen los gobiernos; también redujeron la capacidad de respuesta del Estado en materia vial para responder las emergencias de la época lluviosa, cuando el ex presidente Rafael Callejas regaló una importante cantidad de equipo pesado donado por Japón, con menos de tres años de uso, con el objeto de facilitar la dependencia gubernamental de las constructores privadas.
Esta estrategia ha resultado tan eficiente para las constructoras que, desde esa época, todos los gobiernos no logran mantener en buen estado la red vial, aunque el presupuesto que se les asigna lo gastan a mitad del año fiscal; sin embargo, las constructoras privadas gozan de gran prosperidad.
Estas familias son las dueñas de las principales empresas exportadoras, las que ahogan con sus precios de intermediación a los productores locales de ahí que se opongan a cualquier tipo de consulta popular que signifique la pérdida de sus privilegios que si bien no los declaran divinos utilizan a algunos obispos y a los pastores evangélicos más prósperos para avalar la protección de sus negocios y sus formas de control.
Han acusado a la izquierda internacional de conculcar las libertades públicas y las garantías individuales y lo primero que han hecho es cerrar canales de televisión, saquear equipos, cortar el fluido eléctrico a todos loas canales de radio y t.v. independiente y obligarlos finalmente a transmitir otra programación. Algunos en protesta han dejado la señal de los espacios informativos sin imagen y sin audio, luego retornan con su programación musical o deportiva.
La radio Globo, la principal cadena independiente y desde donde transmitía Eduardo Maldonado, de una a cuatro de la tarde su programa Hable como Habla (en forma simultánea por canal 66), fue cateada, sus operadores golpeados, lo mismo que algunos periodistas y se los ha obligado a transmitir autocensurándose, de modo que no se puede informar de la real situación del país, ni se permite el acceso de la población para hablar libremente (característica esencial de las dos emisiones de Hable Como Hable en t.v. 66 y radio Globo) y de la emisora en sus informativos.
Desde el golpe de Estado del 3 de octubre de 1963 no experimentábamos los niveles de brutal represión en el país.
A la comunidad internacional pedimos que no permitan que el país caiga más profundo, que nos ayuden para evitar un inminente baño de sangre y una anarquía sin precedente.
martes, 30 de junio de 2009
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Honduras es otra después del 28 de junio, Mel Zelaya tiene el mérito de haber facilitado el despertar de amplios sectores del pueblo y de facilitar la unidad de las organizaciones populares. No importa si regresa o no a ocupar la presidencia, él ya cumplió y Honduras ha comenzado un nuevo cambio que nadie podrá detener con balas o tanquetas, ni con medio controlados como los de televicerdos
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