martes, 7 de julio de 2009

"Soy un soldado de América Latina"

From:Blanca Ochoa-Manca

"Soy un soldado de América Latina"
de: Omar Torrijos

El artículo que presentamos a continuación fue escrito durante la VI
Cumbre de Países No Alineados, en La Habana, septiembre de 1979. Su
autor, el general de división Omar Torrijos, era a la sazón
comandante jefe de las fuerzas armadas panameñas y el líder político
de mayor arraigo popular en la historia de su país. En 1981, dos
meses después de la trágica muerte del general Torrijos, aquellas
páginas han vuelto a encontrarse.


Soy un soldado de América Latina
por: Omar Torrijos

Pretender definir globalmente a las fuerzas armadas de América Latina
como un grupo de incapaces, represivos e impermeables a los cambios
sociales que vive el calendario de la historia de las grandes
transformaciones, es tan irresponsable como el definir a los
movimientos de liberación de América Latina como grupos
cuyo objetivo es convertir en ruinas a la sociedad, para levantar,
sobre las piedras de esas ruinas, una sociedad totalitaria.

Mientras determinados sectores, de una y de otra parte, encuadren su
pensamiento y sus definiciones desde estos dos polos, quien realmente
seguirá perdiendo siempre, es el pueblo, tanto el civil como el
uniformado, que constituye la base de las fuerzas armadas.

Irresponsablemente, determinados altos mandos de América Latina
definen la sana rebeldía de un pueblo como grupos de bandoleros y
asaltantes. Y digo "irresponsablemente", porque dado el alto puesto
que estos hombres ocupan, no deberían, tan deportivamente, calificar
de bandoleros a quienes se ven obligados a propiciar el cambio
violento por habérseles cerrado todas las instancias pacíficas
de participación en la vida política y social de su país.

Por otra parte, pero con la misma irresponsabilidad infantil,
determinados políticos de América Latina, algunos grupos
estudiantiles, y de campesinos y obreros organizados, engloban a las
fuerzas armadas en su totalidad dentro de una sola definición. No
quieren tomar en cuenta que éstas están constituidas
por una cadena de mandos que va desde el humilde soldado hasta el
general más entorchado de rango. Y estoy diciendo "rango". No estoy
diciendo "jerarquía". Son bien diferentes.
El rango se adquiere por decreto. La jerarquía se gana con actos
ejemplares. Soy un soldado de América Latina que desde los 17 años de
edad convive la vida cotidiana de un cuartel. Esto me da el derecho y
el conocimiento, para tocar un tema delicado, complejo y sensible,
dentro de este escenario de la Sexta Cumbre de Países No-Alineados.

Se ha mencionado aquí la conveniencia de eliminar dos instituciones
ante las cuales los militares sentimos un gran respeto: el CONDECA y
el TIAR. Es indudable que los líderes que han propuesto esto son
hombres que han vivido la experiencia de que, a través de estos dos
organismos, las fuerzas armadas de América Latina
han podido, en un momento dado, colectivizar su represión, a fin de
acabar con los movimientos de rebeldía.

Creo sinceramente que cuando se habla así, estamos sintiendo, pero no
pensando. Cuando se habla así estamos actuando bajo patrones de
pensamiento que en el momento actual no obedecen al calendario del
desenvolvimiento social que están viviendo las fuerzas armadas de
América Latina. Yo no creo que ninguna institución
tenga nada de malo. Ni de bueno. Las instituciones son tan buenas o
malas como los hombres que las componen.

Erradicar estas instituciones, estos mecanismos colectivos de
participación de las fuerzas armadas en la época en la que despierta
en ella la tendencia al apoyo de los cambios sociales, es privarlas
de la capacidad de actuar colectivamente contra las fuerzas
regresivas, contra las oligarquías explotadoras, y contra todos esos
grupos políticos que se han adueñado de un país apoyándose en las
fuerzas armadas para enseñorear su imperio antisocial y someter a los
pueblos, bajo el pretexto de que no sean sometidos por el comunismo.

Desde 1959, año en el que, por vez más notable en nuestro siglo, una
guerrilla triunfa sobre una fuerza regular, como fue el caso de Cuba,
en pleno macartismo, las escuelas militares comenzaron a analizar un
problema que no tenían previsto anteriormente. ¿Qué había pasado en
Cuba? ¿Y por qué? Se nos permitió entonces a los oficiales de rango
superior estudiar a Tao Tse Tung; estudiar las "150 Preguntas a un
Guerrillero", del general Bayo; estudiar la trayectoria de aquellos
líderes que con muy pocas armas habían logrado rendir a
un ejército regular; estudiar las circunstancias que propician el
que, en una correlación de fuerzas desigual, pueda salir triunfante
quien menos armas tiene.

Causas reales de la rebeldía

Independientemente de la intención que se le quiso dar a estos
estudios, lo importante fue que abrió un tema antes vedado en los
centros militares. Y todo estudio despierta una serie de curiosidades
simbolizadas por una cadena de "por qués": ¿Por qué? ¿Y por qué? ¿Y
por qué?... En estos "por qués" fuimos separando claramente las
causas reales de las causas aparentes que antes teníamos confundidas;
los síntomas superficiales, de las averías orgánicas internas; la
fiebre epidérmica de las manifestaciones y los disturbios
callejeros, del cáncer profundo de las estructuras.

Causa real es el terror social; causa aparente es el terrorismo.
Causa aparente son las teorías "exóticas", causa real es el caldo de
miseria donde se cocinan estas teorías llamadas exóticas. Causa real
es la falta de escuelas, la falta de acueductos, la falta de un
programa de desarrollo nacional. Causa real es la negación
de los derechos que tiene el hombre como individuo y como miembro de
un grupo. Causa real es el vejamen, el irrespeto a la dignidad del
hombre, la supremacía de un sector social sobre otro, la tendencia -
afortunadamente ya disminuida - de covertirse en casta las fuerzas
armadas. Causa real es el desbalance en el porcentaje del presupuesto
entre educación, carreteras, transporte... por una parte, y por la
otra, el desmedido gasto en equipo bélico, que hace de algunos
ejércitos más bien costosos que castrenses.
Ese fue el caso, hasta hace bien poco, de Nicaragua, que ni siquiera
como ejemplo es bueno, porque sus fuerzas armadas eran más bien una
guardia personal en la cual los mayorales de esa gran hacienda -
único país inscrito en el registro de la propiedad ostentaban el
rango de general.

Poco a poco, de por qué en por qué, y de causa a efecto, unos más
rápidamente que otros, fuimos llegando al convencimiento de que
cuando un pueblo se decide a conseguir su liberación como remedio a
sus males, no hay componente de fuerza que la pueda impedir. La
liberación sólo la determina el costo social que el pueblo esté
dispuesto a pagar por ella. Y en esto, sí, Nicaragua es un
buen ejemplo.

Comenzamos a sentir entonces las primeras inquietudes de que de nada
vale tener unas fuerzas armadas con una gran capacidad de fuego, de
movimiento táctico y de represión, si políticamente no se maniobra
hacia la satisfacción de las crecientes aspiraciones de los pueblos,
precipitadas por lo que pueda llamarse "la revolución
del radio transistorizado". La aparición del radio transistorizado,
gran popularizador de información, diversión y educación, es, en
efecto, una referencia que tiene que ser tomada en cuenta el día en
que se estudie los movimientos de insurrección social de los pueblos.
A través de él se propagó, entre los estratos más humildes de nuestro
pueblo, el conocimiento de que también ellos tenían derecho a ser
usuarios de los frutos de la civilización. Oían las noticias de que
otros pueblos protestaban y lograban la satisfacción de sus
necesidades por la fuerza y lo contundente de sus reclamos. El pueblo
se informó de que tenía derecho a encabronarse.

Las FF.AA.: ¿garantes de qué orden?

Por nuestra parte, ciertos oficiales comenzamos a darnos cuenta de
que si se nos hiciera una radiografía, nuestra razón de ser
aparecería como la garantía del orden y de la paz. Pero, nos
preguntamos, ¿qué clase de orden, y qué clase de paz?
¿Las del pueblo o las de nuestros dirigentes?

Llegamos así a tomar conciencia de que no formábamos parte de un
ejército nacional, sino de unas fuerzas armadas de ocupación que
obedecían a los intereses de una clase gobernante completamente
impermeable a todo tipo de cambio.

Debíamos ser los garantes de la Constitución. Pero, ¿qué grado de
participación tuvo nuestro pueblo en la redacción de esa
Constitución? ¿Qué grado de participación
tuvo nuestro pueblo en la votación de esas leyes? Todas estas
preguntas daban vueltas y vueltas en la mente de la baja oficialidad.

Vivíamos entonces la época en que el macartismo estaba en pleno
apogeo, tiñendo de rojo a todo aquél que quería romper el status quo.
Este macartismo, que entre nosotros era una teoría exótica importada
del extranjero, creó una ola de represión y de pánico en la que cada
miembro de las fuerzas armadas se constituía en vigilante de los
demás. Ese fue el pensamiento filosófico de muchos de los que nos
dirigían.

Pero, el día en que se haga un balance en la historia de las luchas
sociales, yo creo que se le hará una estatua al señor Macarthy, en
reconocimiento a su colaboración con los cambios sociales. Porque
cuando es tanta la represión, la respuesta es mucha.
Porque cuando se acusa o tiñe de rojo, o de cualquier otro color, a
quienes propician la erradicación de la injusticia y el advenimiento
de una sociedad más justa y más distributiva, uno llega entonces a la
conclusión de que ese color es sano, de que ese color es bueno,
porque son buenas y sanas las aspiraciones y las intenciones de los
hombres a quienes se les ha teñido con él.

Surgimiento de ideas sociales en las FF.AA.

Ahí comenzaron los primeros síntomas de divorcio entre la oligarquía
y las fuerzas armadas. Ahí fue cuando muchos de América nos dimos
cuenta de que si no divorciábamos a las fuerzas armadas de la
oligarquía y sus intereses, el pueblo, como un mar enfurecido, iba a
barrer tanto a los dirigentes de los intereses mezquinos
como a las propias fuerzas armadas. Ahí comenzaron a surgir las
primeras ideas sociales en nuestros ejércitos. Ahí fue cuando
llegamos al convencimiento de que la oligarquía estaba dispuesta a
pelear hasta el último soldado y el último estudiante, hasta la
última gota de sangre del pueblo.

Cuando un soldado se enfrenta con un estudiante, un campesino o un
obrero, quien de todas maneras sale perdiendo, siempre, es la Patria.
Porque todos ellos son hijos humildes de un pueblo sufrido a quienes
han precipitado a enfrentarse para mantener el status quo que ha
explotado a sus padres y a su Patria.

Es increíble..., es increíble el grado de perfeccionamiento que tiene
la organización de los regímenes oligárquicos y antidemocráticos:
adoctrinan al pueblo y lo organizan en armas para que defiendan un
sistema que los explota a ellos mismos.
Hay mucho talento diabólico en esa capacidad de poder organizar al
pueblo para que reprima las aspiraciones de sus padres, de sus
vecinos y de su propia clase social.

Los fusiles deben apuntar hacia los que esclavizan y no hacia los que
liberan Es, pues, un error grave eliminar ahora al TIAR y al
CONDECA..., ahora, en el momento en que se está conformando en un
número plural de ejércitos de América Latina su divorcio de los
intereses mezquinos. Estos dos organismos están en
capacidad de actuar en beneficio del matrimonio de las fuerzas
armadas con los intereses del pueblo.

Los peores momentos han pasado ya. Ya nunca podrán volver a repetirse
esas intervenciones como las de Santo Domingo y la de Bahía de
Cochinos. Porque muchos de los que dirigimos fuerzas armadas en
nuestra América, estamos perfectamente conscientes de que no podemos
arriesgar la suerte de tantos hombres en beneficio de los mezquinos
intereses de unos pocos.

Muchos..., y son muchos más de lo que ustedes piensan..., soldaditos,
sargentos, tenientes..., hombres que viven en la misma miseria en la
que vive el pueblo, se están dando rápidamente cuenta de que la
dirección de fuego y de ataque de sus fusiles debe ser apuntada hacia
los que esclavizan y no hacia los que liberan. Porque
si la única razón que tienen los que esclavizan es la violencia y la
fuerza, la violencia y la fuerza son el único argumento que puede
refutarlos.

Estas palabras tienen como contexto, como telón de fondo, la
problemática de mi país. Porque la única seguridad de que el tránsito
por su Canal sea expedito e indiscriminado,
es la paz social de la región.
Que nadie se equivoque, que nadie caiga en el error, grave y
peligroso, de pensar que las bases militares ubicadas en las riberas
del Canal son capaces de protegerlo y de garantizar el libre tránsito
por él. Sólo la paz social en la región puede hacer ésto.

Los casus belli de América Latina constituyen puntos de fricción
permanentes que pueden fácilmente convertirse en problemas álgidos,
si no son resueltos políticamente.
Tenemos tiempo. Podemos contar con el futuro y el optimismo. Todavía
tenemos tiempo, pero no tanto como para postergar, ni un día más, la
atención inmediata a la solución de esos casus belli que nos
amenazan. A los militares nos interesa que las soluciones sean
políticas. Nos daría vergüenza que algún día se nos acuse de haber
sido los causantes de un continente en llamas.

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