martes, 7 de julio de 2009

Coyuntura. Las barbas de nuestro vecino

De: Memorial de Guatemala. Andrés Cabanas

El Golpe de Estado en Honduras de domingo 28 de junio obliga a una
relectura de la situación en Guatemala y en Latinoamérica. A partir
del reconocimiento de que el golpe parte de actores, dinámicas y un
contexto específico, considero que son necesarios los análisis
globalizadores: el golpe como producto de tendencias generales y al
mismo tiempo como generador de nuevos escenarios e intentos de
modificación de la correlación de fuerzas a nivel regional.

En primer lugar, la lectura tiene que valorar la probabilidad y
proximidad de una ruptura coincidente en Guatemala, donde confluyen
factores similares a los que provocaron la actual situación en
Honduras:

•disputa entre sectores de la oligarquía por el control de negocios,
incluidos los derivados del narcotráfico y la economía criminal,

•disputa por el control de instituciones estatales y gubernamentales,
claves para la obtención de riqueza (aduanas, migración, sistema de
justicia),
•existencia de un estado debilitado y subordinado a intereses
particulares,
•predominio histórico de las corporaciones en el esquema de poder,
ahora refuncionalizadas y reconfiguradas en el marco de un nuevo eje
de acumulación económica (energía, agua, agrocombustibles, minería...),
•dependencia económica y política de actores internacionales,
•existencia de Ejércitos fuertes, concebidos como actores con
capacidad de decisión política, en alianza con sectores económicos,

•existencia de pactos entre sectores oligárquicos y de gobierno con
sectores del movimiento social, pactos que excluyen transformaciones
estructurales,

•movimientos sociales fragmentados, sin agenda hegemónica.

La cercanía es mayor si se consideran las inversiones compartidas
entre empresarios hondureños y guatemaltecos, y por tanto la
similitud de visión y pensamiento (por ejemplo, las inversiones en el
sector hidroeléctrico y energético del Grupo Terra o del grupo
CECSA).[1]

En este marco, el golpe hondureño puede ser visto como opción viable
para sectores de poder en Guatemala, temporalmente desplazados del
control de la institucionalidad del estado y el gobierno, y en
enfrentamiento táctico con el propio gobierno y otros sectores
económicos y políticos: después del golpe, cobran nuevo significado
los acontecimientos del mes de mayo en Guatemala, y los persistentes
rumores sobre involución golpista y quiebre de la institucionalidad.

Una segunda línea de análisis permite ver el golpe a partir del
renacido poder de los Ejércitos en la región, tras el bajo perfil
mantenido en los años posteriores al fin de los conflictos armados.
El domingo 28, el Ejército hondureño fue juez, parte, facilitador y
operador en la definición de un conflicto político. Causa y
consecuencia: el poder del Ejército definió el golpe como solución.
El golpe -de no revertirse- perpetuará el carácter deliberante, no
sujeto al poder político y elitista de las fuerzas armadas
centroamericanas (a excepción de la nicaragüense).

En tercer lugar, el golpe implica un retroceso en términos de
convivencia democrática, ya que grupos civiles, partidos, empresarios
y medios de comunicación avalan y abogan directamente por medidas de
fuerza. Se retuercen los principios democráticos hasta reducirlos a
la marginalidad o lo irrisorio: es lo que sucede cuando se discute si
lo sucedido fue o no un golpe de estado o cuando se recurre al
Ejército como garantía de la democracia. Supone un retorno sin rubor
a prácticas autoritarias y puede implicar un nuevo ciclo de
restricción de libertades.

En cuarto lugar, el golpe anticipa y prevé las reacciones populares
ante la crisis económica y el nuevo ciclo del capital: la expansión
de las transnacionales, el acaparamiento de los bienes naturales de
las comunidades (el segundo ciclo neoliberal definido por Raúl
Zibechi)[2] van acompañadas de mayor violencia y autoritarismo
político: el modelo económico excluyente necesita del uso de la
fuerza para consolidarse y reproducirse. El golpe debe leerse, así,
como una respuesta conservadora y autoritaria a la crisis del
capitalismo y como una apuesta continuada por el expolio, la
enajenación y la exclusión de personas y comunidades.

En quinto lugar, el golpe se define como estrategia de contención,
ante la amenaza de un buen ejemplo, mencionada por Noam Chomsky[3].
En este punto el buen ejemplo no se refiere a la situación hondureña,
donde los coqueteos del gobierno y del Presidente con la izquierda no
son todavía más que eso, coqueteos sin suficiente sustento
organizativo y programático, sino hacia lo que puede ser. El mensaje
es claro para El Salvador, país que comparte 341 kilómetros de
frontera con Honduras y una tormentosa historia de desencuentros[4].
El llamado alerta sobre posibles intentos de transformaciones
estructurales en el modelo político y económico, y sobre
posicionamientos geoestratégicos del nuevo gobierno: la Alternativa
Bolivariana de las Américas, ALBA, y la relación con los gobiernos de
izquierda en el continente. En un contexto de una organización social
y partidaria fuerte, que acumula experiencia histórica de defensa
armada, el mensaje no parece condicionar un golpe similar al
hondureño, pero sí generar divisiones entre sectores del gobierno
salvadoreño y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional,
FMLN.

Una sexta mirada se detiene en el impacto del golpe en la dinámica
posconflicto en Guatemala y el desarrollo de los Acuerdos de Paz.
Después de la firma de los Acuerdos, mantuvimos (al menos teórica y
formalmente) tres grandes principios: el de la seguridad democrática
y el carácter no deliberante del Ejército (abocado a tareas de
seguridad externa); el de la necesidad de un Estado fortalecido para
la búsqueda de un desarrollo incluyente; y el de la democracia y la
búsqueda de consensos sociales (los propios Acuerdos como consenso
básico) como paradigma de convivencia. El golpe en Honduras destruye
simbólicamente y en la práctica las visiones anteriores y favorece
todo tipo de tentaciones autoritarias y/o de reducción de la
democracia a un ejercicio de elites, como las propuestas contenidas
en el planteamiento de reforma constitucional del grupo Proreforma.


Por fin, es importante analizar consecuencias y al menos cuatro
escenarios, si el golpe se consolida:

1)La repetición de golpes de estado similares al hondureño, es decir,
revestidos de legalidad democrática, en la línea que Isabel Rauber
define como neogolpismo: "El disfraz "democrático" del Golpe de
Estado, anuncia el nuevo estilo autoritario de los poderosos y
desnuda el contenido de su "democracia" de mercado: "Cuando me
conviene sí, y cuando no me conviene: no." No es la vuelta al pasado,
no hay que equivocarse: Es el anuncio de los nuevos procedimientos de
la derecha impotente. El neo-golpismo es "democrático" y
"constitucional". Honduras anuncia por tanto la apertura de una nueva
era: la de los "golpes constitucionales". Es esto lo que se está
ensayando en Honduras: apelar a "canales" legales para poner fin por
la fuerza a los procesos de cambio que están desarrollándose en el
continente. Obviamente, como es natural, el ensayo se lleva adelante
en territorios donde los costos políticos resultan menores porque los
procesos sociales populares son más débiles, como es el caso de
Honduras". [5]

2)El posible cambio de posición de la comunidad internacional. Si se
repiten situaciones similares, ¿cómo se resolverá el conflicto entre
la lógica de la defensa de la democracia y la lógica de penetración
del capital estadounidense y europeo?

3)La proliferación de amenazas de golpe que, aunque no se concreten,
generan reacomodos de fuerza, negociaciones cupulares y obtención de
espacios de poder para sus promotores.

4)El escenario extremo, la existencia y el retorno a golpes de estado
de factura claramente militar. El fascismo social propio de estos
tiempos, definido por Boaventura de Sousa Santos, puede dar espacio
al clásico fascismo político.

La alternativa es no sólo impedir que el golpe de estado y el estado
de golpe (el golpe como proceso de reversión democrática más allá del
hecho del derribo de un gobierno) se consoliden, sino fortalecer
alternativas de gobierno popular a partir del protagonismo de los
movimientos sociales. El ejercicio del poder se reconfigura: sectores
de la oligarquía, del gobierno, de los partidos, de las instituciones
corporativizadas, del Ejército, de la comunidad internacional, con el
soporte de medios de comunicación y del pensamiento individualista y
resignado (el pragmatismo resignado que menciona el nicaragüense
Andrés Pérez Baltodano) conspiran para tutelar todavía más la
democracia y restringir la participación social y las posibilidades
de reformas. Esta reconfiguración se da en disputa táctica con otros
sectores oligárquicos y sobre todo en confrontación estratégica con
un proyecto popular todavía en definición.

Posiblemente entramos a un nuevo ciclo histórico de polarización,
después de años de consensos (aparentes) y libertades (formales).
Autoritarismo o transformación. No tenemos otras opciones.

[1] El Grupo Terra de Honduras, presidido por Freddy Nasser Selman,
está enfocada a inversiones en el área de energía, petróleo,
químicos, infraestructura, servicios y telecomunicaciones. El grupo
CECSA (Comercializadora de Electricidad Centroamericana de Honduras)
de Leonel López Rodas, tiene inversiones en ambos países. Otro
ejemplo: en 2006, Cementos Progreso compró el 48% de las acciones de
Cementos del Norte (CENOSA).

[2] "Los nuevos modos de dominación los cambios en el modelo
neoliberal. Crisis de las viejas formas de dominación y el avance
hacia los modelos soja-minería-forestación". Raúl Zibechi, mayo 2009.

[3] "La quinta libertad. La política internacional y de seguridad de
Estados Unidos". Noam Chomsky, 1987.

[4] Concretada en la llamada Guerra del Futbol, de 1969, pero fruto
de situaciones de pobreza, diferencias sociales entre países y
tensiones entre oligarquías.

[5] "Honduras: ensayo del neo-golpismo en América Latina", Isabel
Rauber, Rebelión, 30 de junio de 2009.

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